“Mi nombre es Juan Carlos y tengo 20 años. Cuando tenía dos años mi papá cayó preso, y como mi madre estudiaba en la secundaria, me criaron mis abuelos. Unos cuatro años después mi mamá encontró otro compañero y lo llevó a vivir a la casa, pero cuando ella se iba a trabajar, él me golpeaba bastante duro y tenía que hacer lo que él decía.
Yo crecí con rencor a él y todavía se lo tengo, porque incluso a los hijos que tuvo con mi madre los descuida bastante, soy yo el que me intereso por ellos ahora que mi madre se fue a Panamá a trabajar. A mi padre solo lo vi una vez cuando salió de la cárcel, y casi me mata cuando le reclamé por su abandono, así es que decidí no verlo más.
Mi abuela murió cuando tenía doce años, y mi familia me culpó de su muerte porque le di de comer un trozo de cerdo que ella me pedía; entonces me sentí tan mal, que a esa edad comencé a tomar alcohol y a usar ‘piedra’ y marihuana, porque yo la quería mucho, ella fue la mejor persona conmigo.
Luego me metí de lleno en el fatal mundo de las drogas. Robaba en la casa y en el barrio para fumar ‘piedra’, me metí en una pandilla y nos enfrentábamos a diario con los grupos enemigos. Después comenzamos a robar caballos para vender en los mercados. Destazábamos tres o cuatro caballos en una noche, lavábamos la carne con leche para que cambiara de color y de olor, y la vendíamos como de res en los mercados.
Anduve en esos caminos hasta los 19 años. En el barrio nos visitaban las sicólogas del Ceprev, pero yo al comienzo asistía a las charlas a las que me invitaban, por ir a comer y a pasar el tiempo. Luego una psicóloga invitó a mi mamá, y fueron esos talleres que viví con ella, los que me sirvieron para tomar la decisión de alejarme de la delincuencia.
Yo tenía problemas con mi mamá porque no le perdonaba que me hubiera puesto el padrastro que tenía. Después del taller sentí que por primera vez tenía una madre, porque antes nunca tuvimos comunicación. Por primera vez, nos sentamos a platicar sin pelear y sin gritos, lloramos juntos, nos abrazamos y nos pedimos perdón.
Ahora trabajo en una bloquera cerca de mi casa, ya no consumo drogas y no participo en ninguna pandilla. A pesar de eso, no me siento tan bien porque todavía no le he pedido perdón a toda la gente que he lastimado. Yo tuve una pareja que tenía un marido que la golpeaba, y pensé que le podía ayudar, pero fue un grave error porque no me podía ayudar ni a mí mismo. También quisiera pedirle perdón a mi prima y a mi tía porque les robé.
Hace poco mi padrastro me corrió de la casa porque le conté a mi madre que andaba con otra mujer. Mi madre no me creyó, prefirió creerle a él que le mintió diciéndole que yo seguía en las drogas. La primera noche tuve que dormir en el patio, pero llovió y me tuve que meter en el excusado. Me sentí tan humillado que estuve a punto de volver atrás, pero le he tomado bastante cariño a la psicóloga del Ceprev y no quería que me viera otra vez desbaratado. Entonces decidí alquilar un cuartito y demostrarle a toda la gente que piensa que yo no puedo cambiar, que sí puedo salir adelante por mí mismo.
Ahora doy charlas a los más jóvenes del barrio con los manuales del Ceprev, pero también les hablo de mi propia historia y han llegado a entender poco a poco los peligros de usar drogas y andar en pandillas. Siento que estoy haciendo algo para que haya más personas que no sufran lo que yo sufrí y puedan llevar una vida normal.
Tengo planes de estudiar el próximo año y terminar mi secundaria. Luego quiero construir un cuarto para mí y tener un trabajo estable. Mi sueño es estudiar la carrera de Periodismo, porque quiero ser la voz de las personas que no pueden hablar. Yo, como adicto que fui, vi el desprecio de la gente que no sabe cómo se siente uno cuando llora por las noches deseando recuperar la vida que antes tuvo. Debajo de la apariencia de esos jóvenes que están en las esquinas consumiendo, se esconde un joven que está deseoso de amor y de apoyo”.
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 7 de diciembre de 2014.
Yo crecí con rencor a él y todavía se lo tengo, porque incluso a los hijos que tuvo con mi madre los descuida bastante, soy yo el que me intereso por ellos ahora que mi madre se fue a Panamá a trabajar. A mi padre solo lo vi una vez cuando salió de la cárcel, y casi me mata cuando le reclamé por su abandono, así es que decidí no verlo más.
Mi abuela murió cuando tenía doce años, y mi familia me culpó de su muerte porque le di de comer un trozo de cerdo que ella me pedía; entonces me sentí tan mal, que a esa edad comencé a tomar alcohol y a usar ‘piedra’ y marihuana, porque yo la quería mucho, ella fue la mejor persona conmigo.
Luego me metí de lleno en el fatal mundo de las drogas. Robaba en la casa y en el barrio para fumar ‘piedra’, me metí en una pandilla y nos enfrentábamos a diario con los grupos enemigos. Después comenzamos a robar caballos para vender en los mercados. Destazábamos tres o cuatro caballos en una noche, lavábamos la carne con leche para que cambiara de color y de olor, y la vendíamos como de res en los mercados.
Anduve en esos caminos hasta los 19 años. En el barrio nos visitaban las sicólogas del Ceprev, pero yo al comienzo asistía a las charlas a las que me invitaban, por ir a comer y a pasar el tiempo. Luego una psicóloga invitó a mi mamá, y fueron esos talleres que viví con ella, los que me sirvieron para tomar la decisión de alejarme de la delincuencia.
Yo tenía problemas con mi mamá porque no le perdonaba que me hubiera puesto el padrastro que tenía. Después del taller sentí que por primera vez tenía una madre, porque antes nunca tuvimos comunicación. Por primera vez, nos sentamos a platicar sin pelear y sin gritos, lloramos juntos, nos abrazamos y nos pedimos perdón.
Ahora trabajo en una bloquera cerca de mi casa, ya no consumo drogas y no participo en ninguna pandilla. A pesar de eso, no me siento tan bien porque todavía no le he pedido perdón a toda la gente que he lastimado. Yo tuve una pareja que tenía un marido que la golpeaba, y pensé que le podía ayudar, pero fue un grave error porque no me podía ayudar ni a mí mismo. También quisiera pedirle perdón a mi prima y a mi tía porque les robé.
Hace poco mi padrastro me corrió de la casa porque le conté a mi madre que andaba con otra mujer. Mi madre no me creyó, prefirió creerle a él que le mintió diciéndole que yo seguía en las drogas. La primera noche tuve que dormir en el patio, pero llovió y me tuve que meter en el excusado. Me sentí tan humillado que estuve a punto de volver atrás, pero le he tomado bastante cariño a la psicóloga del Ceprev y no quería que me viera otra vez desbaratado. Entonces decidí alquilar un cuartito y demostrarle a toda la gente que piensa que yo no puedo cambiar, que sí puedo salir adelante por mí mismo.
Ahora doy charlas a los más jóvenes del barrio con los manuales del Ceprev, pero también les hablo de mi propia historia y han llegado a entender poco a poco los peligros de usar drogas y andar en pandillas. Siento que estoy haciendo algo para que haya más personas que no sufran lo que yo sufrí y puedan llevar una vida normal.
Tengo planes de estudiar el próximo año y terminar mi secundaria. Luego quiero construir un cuarto para mí y tener un trabajo estable. Mi sueño es estudiar la carrera de Periodismo, porque quiero ser la voz de las personas que no pueden hablar. Yo, como adicto que fui, vi el desprecio de la gente que no sabe cómo se siente uno cuando llora por las noches deseando recuperar la vida que antes tuvo. Debajo de la apariencia de esos jóvenes que están en las esquinas consumiendo, se esconde un joven que está deseoso de amor y de apoyo”.
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 7 de diciembre de 2014.