Mantente en contacto
Centro de Prevención de la Violencia
CEPREV
  • INICIO
  • QUIENES SOMOS
  • QUE HACEMOS
    • COLABORA
    • Convocatoria
  • PROYECTOS
  • CAMPAÑA
    • Exposición: "Soy hombre y no quiero armas."
    • Exposición: "Managua, luces y sombras tras el balón."
  • PUBLICACIONES
    • Articulos de Monica Zalaquett
  • BLOG

“Deseo demostrar que ya no soy el delincuente que era”

25/8/2015

0 Comments

 
Me llamo Alex y tengo 21 años. Mi papá me dejó botado a los seis meses, así es que puedo decir que no lo conocí. Era miembro del Ejército y lo echaron preso por violar los derechos de la gente. Decía que mi mamá lo había engañado y que yo no era su hijo, pero mi mamá siempre me aseguró que yo era hijo de él, al igual que mis otros tres hermanos.

A raíz del abandono de mi padre, mi mamá se fue a Costa Rica a trabajar para mantenernos a los cuatro hijos. Yo tenía seis años y sentía que me hacía mucha falta su cariño y su calor, porque ella solo podía venir a vernos una vez al año. Crecí entonces con mi abuela y una tía, pero puedo decir que no recibí el cariño de nadie, sino maltratos, porque mi abuela me pegaba con lo que hallaba, tubos, alambres o pedazos de leña. Incluso una vez me tiró una banca y me rajó la cabeza. 

De niño sentí que no tenía familia, me sentía solo y abandonado, miraba cómo mi tía cuidaba a sus hijos y yo deseaba que ella fuera mi madre. Por eso desde los doce años comencé a andar en pandillas, porque ellos me cuidaban y me hacía sentir como si fueran mi familia. Nos íbamos a robar celulares, carteras y prendas de valor. Con eso comprábamos comida, marihuana, guaro y nos juntábamos a drogarnos en un puente.

Casi todos los días nos enfrentábamos con otras pandillas con armas hechizas, machetes, palos y piedras. Dos veces me hirieron, en la pierna y en el pie, pero yo no le ponía importancia porque quería seguir en la calle, me sentía tan desolado que no valoraba mi vida, tenía la autoestima por el suelo y pensaba que daba igual si me mataban.

En esa época sentía que odiaba demasiado a mi padre, deseaba matarlo, pero como no podía me imaginaba que los hombres que asaltaba eran como él y me desahogaba haciéndoles daño. Nunca maté a nadie, pero herí a varios con machete, porque pensaba que eran como mi padre. Yo sabía que él estaba vivo, pero no me interesaba nada de él, igual que yo nunca le interesé.

Cuando tenía 14 años conocí a las sicólogas del Ceprev que llegaban a mi barrio. Cuando viví el primer taller me di cuenta que mi padre había sido machista y que yo me estaba volviendo como él: mujeriego y violento, porque no creía en las personas ni en mí mismo, y que si seguía así iba a terminar muerto o en la cárcel. En esa organización me enseñaron cómo podía salir adelante y superarme, también me enseñaron a recuperar mi autoestima y perdonar a las personas que me habían hecho daño.

Por primera vez quise hablar con mi padre y pedirle que tuviéramos una buena relación, aunque fuese como amigos, pero hasta la fecha nunca quiso darme la cara. Yo lo fui a buscar varias veces a un banco donde trabajaba como guardia de seguridad, pero siempre se me negaba. A pesar de eso ya no le guardo rencor, porque me di cuenta que eso me hacía daño a mí mismo y no quiero vivir con ese odio adentro.

Ahora mi vida es completamente diferente. Me alejé de las pandillas y ya no consumo drogas ni alcohol. Otros miembros de la pandilla cayeron presos y dos murieron. Ahora ya no hay pleitos como antes, pero la Policía actúa con violencia en el barrio. A veces llegan y se llevan a chavalos que solo están platicando o escuchando música, los golpean sin investigarlos y si alguno queda morado o con señas no los dejan salir a las 48 horas, sino hasta que se les quite la marca de los golpes. Está bien que ellos se defiendan si algún chavalo se pone alterado, pero si los jóvenes no están haciendo nada no tienen derecho de golpearnos y ofendernos.

Desde que me alejé de las pandillas quiero estudiar, me van a dar una beca de barbería en el Ceprev y pienso acondicionar mi casa para trabajar desde ahí y apoyar a la tía con la que vivo. Tengo una relación de pareja de cuatro meses y pienso formalizarme y tener una familia con ella. Para mientras estoy buscando trabajo, ayudo a mi tía en los quehaceres de la casa y busco cómo distraerme para no pensar en nada malo. Esta tía me trata con mucho cariño, me aconseja que me supere y le demuestre a la gente la persona buena que soy. Me dice que tengo buen corazón, que busque cómo ayudarle a mi mamá que está enferma en Costa Rica y que siempre ha trabajado para pagarnos la comida y los estudios. Yo también deseo demostrarle a la gente que ya no soy el delincuente que era, porque puedo decir que volví a nacer y que ahora soy otra persona. 

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

0 Comments

No sé cómo sobreviví a esa infancia

11/8/2015

0 Comments

 
“Me llamo Francisco  y tengo 29 años. No fui un hijo deseado por mi padre porque él le reprochaba el embarazo a mi madre y la golpeaba, pero no logró hacerla abortar. Al momento de que mi madre iba a dar a luz él andaba tomado así es que nací en la casa, con ayuda de una partera.

Mi padre  siempre  me hizo sentir mal; desde pequeño me decía que no me quería, me apartaba y nunca tuve una fiesta de cumpleaños o celebración por mi nacimiento. Llegué a sentir que mi vida no valía la pena, porque mi mamá vivía metida en el mercado trabajando y aunque a veces nos decía que nos quería, yo me sentía completamente abandonado.

Todos los sábados en mi casa era pleito cuando mi padre llegaba con sus tragos a golpear a mi madre o a nosotros. Una vez  intentó tirarnos a mí y a mi hermana a un cauce que había cerca de mi casa, pero mi madre lo siguió y le reventó la cabeza con una raja de leña. Luego agarró un cuchillo y le dijo que si se volvía a acercar se iba a desgraciar la vida porque lo iba a matar.

Cuando yo tenía cuatro años, mi madre se decidió y dejó a mi padre. Ella lavaba y planchaba para darnos el sustento sin pensar que al dejarnos con mi abuela nos exponía a otro gran peligro, porque ella nos golpeaba brutalmente a todos, una vez agarró un tizón, me quemó la cara y me dejó esta gran cicatriz (se muestra la marca en la mejilla y llora).

Yo crecí con terror a esa abuela que también le hizo mucho daño a mi madre, porque permitió que su marido la abusara de niña y nunca le creyó cuando mi madre le decía lo que le estaba haciendo su padrastro.

No sé ni cómo sobreviví a esa infancia. Cuando tenía ocho años, mi madre por fin se fue de la casa de mi abuela y nos fuimos a vivir con mi padrastro. Él supo ser el padre que nunca tuve, nos llevaba frutas o dulces cuando volvía del trabajo, era cariñoso con los cinco hijos de mi madre y por eso fueron los mejores dos años de mi vida.

Cuando cumplí los diez años, ellos fueron a trabajar a Costa Rica y nos dejaron a mí y a un hermano otra vez  con mi padre porque no había quien nos cuidara. Mi padre le daba todo a mi hermano, pero a mí no me dejaba acercármele. Él tomaba mucho en compañía de su hermano y cuando yo tenía once años ese hombre abusó de mí y comenzó una horrible pesadilla que duró mucho tiempo, porque cuando le conté a mi papá me acusó de mentiroso y me golpeó hasta reventarme con un alambre de luz y me estrelló contra el palo de jícaro que había en la casa.

Lo que más me dolió fue darme cuenta nuevamente que no me quería, no sé ni cómo seguí estudiando, pero prefería estar en la escuela antes que en mi casa. Me sentaba en un rincón, y si la maestra me preguntaba algo, temblaba de miedo y me quedaba callado.

Cuando llegué a la adolescencia, me metí a las pandillas y me dediqué a robar, a apuñalear y consumir drogas. Yo sacaba en las calles toda la violencia que había vivido, sentía que las personas que dañaba se lo merecían, así como sentía que yo merecía todo lo que me había pasado. 

La primera vez que un amigo me llevó a un taller del Ceprev tenía 17 años y estaba bien drogado. A  pesar de eso me gustó demasiado el taller porque prácticamente estaba viendo reflejada mi vida. Así comenzó un proceso de tres años, hasta que al cumplir los 20 pude dejar las drogas, la violencia y empezar otra vida.  El  promotor del Ceprev que vive en mi barrio me enseñó que yo valía mucho, que defenderse de una agresión no significaba agarrar un cuchillo o golpear a alguien, sino que las cosas se podían resolver  con el diálogo. En los talleres aprendí a perdonar a mi padre, a mis familiares y a las personas que  me hicieron tanto daño en mi vida.

Puedo decir que ahora  soy un hombre alegre, que mira las cosas en forma positiva, y  que busca soluciones a lo más negativo. Me he dedicado a criar a mi sobrina, a estar con mi madre y a ayudar a mi padre a cambiar. El tío que me abusó purga condena en la cárcel por otros abusos y yo siento paz en mi corazón. También doy charlas a los jóvenes que todavía están en la violencia y en las drogas  y siento que mi vida ha cambiado completamente gracias a mi valentía.”

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

0 Comments

Los negocios de las armas y las drogas se aprovechan de la pobreza

29/7/2015

0 Comments

 
“Me llamo Jhovanny y tengo 32 años. Mi padre se dejó con mi madre cuando yo tenía un año, se fue a los Estados Unidos y nunca lo volví a ver. Siempre pensé que se olvidó de mí, él me hacía falta, pero sentía que no le importaba, me sentía solo porque quería estudiar y no podía.

Yo crecí con mi madre y mi hermana, pero mi madre no tenía recursos para pagarme los estudios, ella lavaba y planchaba, y como mis abuelitos estaban enfermos, tenía que atenderlos a ellos y a nosotros, no le alcanzaba para comprarnos ropa ni menos para mandarnos a estudiar.

Mi madre se volvió a casar, pero mi padrastro la golpeaba y también fue malo con nosotros, nos pegaba con fajas  o con alambre de luz, era drogadicto, consumía cocaína, piedra y marihuana. Me enseñó a robar y a consumir drogas desde que tenía 14 años. Mi madre lo aguantaba porque le tenía miedo, él le decía que la iba a matar si lo denunciaba o lo dejaba.

Cuando yo tenía 16 años, mi padrastro cayó preso por violación y robo, estuvo diez años preso, salió y quiso volver con mi madre, pero cuando la volvió a golpear ella lo denunció y él huyó a Nueva Guinea y nunca más lo volvimos a ver.

Desde los doce años comencé  a participar en las pandillas de mi barrio, a robar, consumir drogas y  a usar pistolas nueve milímetros y 38 que conseguíamos en el mercado. Tres veces caí preso y dos veces fui herido de un balazo en el pie y una puñalada en el pecho. Llegué al hospital a punto de morir, pero me salvaron a tiempo porque la herida llegó un milímetro antes del corazón. En esas tres semanas en el hospital pensé que tenía que cambiar, al salir me alejé de la violencia por unos cinco meses, pero luego por la falta que me hacían las drogas y la presión de mi pandilla volví a caer.

Estuve diez años en las pandillas hasta que llegó el Ceprev a mi barrio, comenzaron a trabajar con los jóvenes y las familias y nos invitaron a participar en sus talleres. Esa fue la oportunidad para aprender que el machismo nos arrastra a los jóvenes a andar en las pandillas y en las drogas,  y que el machismo de mi padrastro nos hizo infelices a mi madre y a nosotros,  pero también lo destruyó a él mismo que terminó baleado y en silla de ruedas.

Si el Ceprev no hubiera llegado en esos momentos, hubiera más muertos en mi barrio porque a nadie más le interesó darnos esas charlas que ayudan a cambiar. Allá los pleitos de pandillas se calmaron, hay más seguridad porque siempre nos vistan y los jóvenes confían en esta organización. Lo único que continúa son las ventas de drogas porque los vendedores casi nunca caen detenidos y cuando caen, salen ahí nomás.

A mí me costó dejar las drogas, pero lo logré. Creo que las drogas empujan a mucha gente a matar, a robar y a violar, pero es una venta fuerte, mueve mucho dinero a costa de la vida de los jóvenes. El narcotráfico utiliza a los jóvenes para pasar la droga a Nicaragua y los utiliza para el narcomenudeo adentro del país. Muchos se sienten presionados a consumirla y a venderla, y se hace difícil escapar de eso.

Los dos negocios, el de armas y el de las drogas  se aprovechan de la pobreza y el desempleo. Por ejemplo, si uno no tiene trabajo, pero tiene una pistola puede resolver los problemas de su familia. Yo llegué a robar para comprar ropa y leche a mi hijo, pero con las charlas del Ceprev aprendí que ese no era el camino porque me podían echar preso o matar y dejar a mi hijo sin padre.

Ahora trabajo en construcción, estoy separado de mi pareja, pero soy responsable con mis tres hijos. Los veo cada quince días, les compro alimentos y ropa, los beso, los abrazo, me los llevo al zoológico, hago con ellos lo que yo nunca tuve.  En el Ceprev aprendí que es importante ser amoroso con los hijos, porque yo por la falta de amor de mi padre sufrí todo el tiempo y llegué a caer en lo peor.

* La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio

0 Comments

“Creci viendo a mi padre golpear a mi madre”

13/7/2015

0 Comments

 
“Me llamo José y tengo 39 años. Me crié con mi madre y siete hermanos, pues mi padre se iba de la casa cada vez que mi madre salía embarazada y casi nunca lo veíamos. Solo yo llevo el apellido de mi padre porque en mi caso, mi madre lo pudo convencer, pero todos los demás hermanos llevan el apellido de ella. Mi padre llegaba borracho cada dos o tres meses, solo a pelearse con mi madre y a asustarnos a los demás.

Crecí viendo a mi padre golpear a mi madre a puñetazos o arrastrándola del pelo. Yo vivía atemorizado, sentía un gran rencor hacia él, pero no podía hacer nada para defenderla. Una vez, mi hermana mayor, que tenía once años, se metió en el pleito para que ya no la siguiera golpeando, pero él la persiguió y la golpeó también hasta desencajarle el brazo.

Como mi padre no se ocupaba de nosotros, mi madre lavaba y planchaba para mantenernos y mi hermana nos cuidaba. Al ir creciendo mis hermanos mayores empezaron a portarse violentos con mis hermanas y mi madre, y en una ocasión yo me metí para defenderla y paré en seco a un hermano. Ya había cumplido los quince años y sentí que ya podía tomar las riendas de mi vida. A esa edad fue que ingresé también en las pandillas.

Junto con mi grupo defendíamos el barrio, nos peleábamos casi a diario con los otros grupos a pedradas, con machetes, armas hechizas, pistolas y a veces con AK. Yo era el jefe de mi pandilla y vi morir a cinco amigos de mi grupo. Tenía 19 años cuando un 31 de diciembre me hirieron la primera vez en un enfrentamiento, me pegaron una pedrada en la frente, me quebraron la clavícula y me apuñalearon en el pie.

Cuando tenía 23 años fui herido por segunda vez. Era un 30 de mayo y vi que se acercaban tres jóvenes con unos grandes machetes a agredir a un “bróder”. Me acerqué corriendo a defenderlo y me partieron el cráneo con un machete. La herida fue tan grande que me dieron por muerto y por eso mis compañeros se enfurecieron y siguieron a los otros hasta matar a uno y herir a otros dos.

Estuve quince días en coma y cuando desperté no reconocía a nadie. Fue como volver a nacer, mi mente estaba en blanco, no podía caminar ni hablar, ni sabía por qué estaba ahí. Poco a poco, empecé a recuperar el habla, a comprender las palabras, y después de meses de terapia fui recobrando el movimiento de las manos y las piernas, pero quedé con una parte del cuerpo paralizada y desde entonces me cuesta expresarme y escribir como antes.

Mi madre siempre me decía, te van a herir y tus amigos no van a dar la cara por ti y así fue. Cuando ellos me vieron semiparalizado y entendieron las consecuencias que eso iba a tener en mi vida, me consideraron como una carga para ellos y se fueron alejando.

Las primeras veces que escuché hablar del Ceprev ya estaba en proceso de recuperación. Entonces decidí participar en un taller para los jóvenes de mi barrio y me gustó la atención que nos dieron, porque nos hablaban con amor y me miré reflejado en lo que nos explicaban; el porqué de la vida violenta que llevaba, del rencor hacia los padres y de la ignorancia que hay en las familias sobre cómo criar a los hijos.

Vi clara la razón por la que me metí en las pandillas y pasé una experiencia que casi me cuesta la vida, pero ahora puedo decir que soy un hombre diferente que convence a otros jóvenes de dejar la violencia, las drogas, el alcohol y las calles. Si supiera cuántos de ellos trabajan ahora en el mercado, en la Zona Franca, vendiendo ropa usada y ya no andan robando o delinquiendo. Yo mismo me gano la vida trabajando como zapatero y también he llegado a ser líder de una iglesia cristiana.

En estos años he capacitado a muchas personas con los manuales del Ceprev y los miembros de mi iglesia también los usan para capacitar a otras personas. A pesar de que sigue habiendo ventas de licor, ahora mi barrio está en paz y la gente dice que se respira tranquilidad, que ya quedaron atrás los enfrentamientos y que no se mantienen viviendo con los nervios de punta como antes.”

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

0 Comments

“Le digo a los jóvenes que se olviden de las armas”

29/6/2015

0 Comments

 
Me llamo Joan Alberto y tengo 25 años. Me crié solo con mi mamá y siete hermanos porque mi papá nos abandonó cuando yo tenía un año de nacido. Volví a verlo cuando tenía siete años y a esa edad me dio su apellido. Luego lo vi en cuatro ocasiones y después ya no supe más de él.

Mi mamá luchó toda la vida en el mercado Oriental de cocinera para mantenernos, pero por falta de padre, varios hermanos nos rebelamos y nos metimos en las pandillas, las drogas y la delincuencia. Era un niño de diez años cuando comencé a oler pegamento de zapatos y luego a consumir piedra. 

A los 14 años me metí en una pandilla de mi barrio y los fines de semana nos enfrentábamos con los grupos enemigos a pedradas, morterazos, con armas hechizas, pistolas 38, 9 milímetros y escopetas que robábamos a los CPF o comprábamos a los amigos de otros barrios. Robé a muchas personas dinero, celulares, cadenas, entrábamos a las casas o asaltábamos a la gente que pasaba por la calle.

Por esos delitos fui detenido como 22 veces y la última vez me condenaron a tres años en La Modelo. Allá adentro también tuve pleitos, herí a otros y me hirieron porque los mismos enfrentamientos que había en los barrios, se trasladaban al interior de la cárcel.

Cuando estaba preso me enamoré de una muchacha y ella fue parte del cambio de mi vida. Ella me decía: “Si te salís de todas las vagancias yo te apoyo” y cumplió su palabra. Hoy día vivo con ella y tenemos un bebé de mes y medio. Yo le dije a ella que no quiero abandonar a mi hijo como mi padre hizo conmigo, que estoy dispuesto a apoyarlo y a darle lo necesario para que no pase por lo que yo pasé.

El Ceprev llegaba a mi barrio desde antes que cayera preso, pero no puse atención a las charlas que me dieron y tuve que vivir esas experiencias, que no se las deseo a nadie, para darme cuenta de que si le hubiera hecho caso mi familia no habría sufrido tanto, yo no hubiese perdido el tiempo valioso que perdí en mi juventud, y no hubiese pasado por tantas dificultades.

Después de salir de la cárcel las sicólogas del Ceprev me ayudaron a cambiar mis modales violentos, porque antes nadie me podía ver con mala cara sin que yo lo fregara. Ahora si alguien me mira con mala cara actúo con palabras en vez de golpes y me ha dado resultado porque nadie sale herido y me ahorro un enemigo.

Yo aprendí con las charlas del Ceprev que el machismo mata a los hombres, porque si un joven tiene una pistola 38 ya se cree “Superman” y el mejor de todos, quiere demostrar que es más hombre que otros y luego termina en la cárcel, muerto o arruinado de un balazo. Entre los jóvenes se dan cuerda para pelear, pero cuando hay un muerto nadie se acuerda de que quién es más “sobre”.

Yo le digo a los jóvenes de mi barrio que se olviden de las armas, las drogas y las pandillas, porque lo único que les va a pasar es lo que yo pasé: estar en la cárcel, salir herido y pagar por lo que uno ha hecho. Yo me los llevo a otros departamentos a trabajar conmigo de comerciantes para que se olviden de las drogas. Les cuento lo que yo viví para que no hagan sufrir a sus madres. 

Además de comerciante tengo talento musical de rapero. He rapeado en varias discotecas y  tarimas. La gente me dice que soy buen compositor y cantante, y quisiera desarrollarme como artista. Ya el robo no me pasa por la mente, las pandillas no me pasan por la mente y las drogas tampoco.

Mi padre fue mujeriego y mi mamá me contó que tengo varios hermanos que no conozco. Mi sueño en cambio es tener mi hogar, criar a mis hijos a mi lado y que no sufran lo que yo sufrí. No pienso andar de mujer en mujer, quiero ser un padre responsable y que mis hijos terminen sus estudios porque que yo no pude. Ahora sí veo un futuro porque tengo por quien ver, por mi pareja que se portó bien conmigo cuanto estaba preso y por mi hijo.

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

0 Comments

“Ahora tengo un propósito en la vida”

18/6/2015

0 Comments

 
Me llamo Javier y tengo 17 años. Me crie solo con mi mamá, porque mi papá andaba en su mundo con otras mujeres. Para mí eso significó no tener una vida estable, porque él le ponía más atención al licor y a sus mujeres que  a mí como hijo. Todos necesitamos un personaje paterno, yo miraba a los otros niños con sus padres juntos y me sentía triste porque quería tenerlos a los dos,  pero él nunca quiso establecerse con mi madre.

Mi madre llegó a tomar licor por esa situación y eso me hizo sentirme peor. Desde que nací mi madre fue violenta y se desahogaba conmigo por lo que le hacía mi padre, me gritaba, me pegaba con lo que encontraba: alambres, mangueras, con el palo de la escoba y yo ni lloraba, porque si lloraba me gritaba que me callara. Desde los cinco años me mandaron a un seminternado y allí la señora que preparaba la comida también me maltrataba, me guiñaba las orejas o me pegaba con una regla.  Toda esa violencia que recibí me fue haciendo violento a mí también.

Yo crecí con esa inestabilidad, sintiendo la falta de protección de mis padres y desde los 12 años comencé a fumar y a tomar licor, como hacían ellos. Luego me metí en problemas con una pandilla que había en barrio vecino, nos agarrábamos a pedradas, morterazos y con pistolas hechizas.  En tres ocasiones me agarraron en la calle, me golpearon, y después me metí más de lleno en la violencia.

En los enfrentamientos herí a dos del bando enemigo y luego me quise salir porque tenía temor de que se quisieran vengar con mi familia. Me aparté como dos meses y luego volví a caer en los pleitos, pero después me alejé definitivamente, cuando comencé a visitar el Ceprev.

En los talleres de esa organización aprendí que los conflictos se pueden resolver hablando, que ser violento no deja nada bueno. Esa experiencia me ayudó a mejorar la relación con mi madre, aprendí a confiar en ella y contarle las cosas que me pasaban. Yo tomé la iniciativa y le dije que ya no usáramos la violencia, que no gritáramos, le dije que a pesar de todo el maltrato que me había dado yo la quería mucho.

A ella se le salieron las lágrimas, me dijo que la perdonara por todo, que me amaba mucho y me prometió que ya no iba a actuar con esa violencia. Ella cumplió porque cambió su actitud y yo también; ahora resolvemos las cosas con calma, sin gritos, pleitos ni violencia.

Mi papá también notó mi cambio y me preguntó si me había hecho bien ir a los talleres, Yo le dije que me sentía mejor, que me había quitado un gran peso de encima. Yo le dije que buscara cómo cambiar y que yo lo apoyaba. Me dijo que sí, pero no cumplió porque todavía sigue tomando, aunque menos que antes. A él su papá nunca lo reconoció como hijo y él ha hecho lo mismo con mi hermanito de seis años porque dice que no lo va a reconocer hasta que se haga una prueba de ADN.

Mi hermanito no lo ve como padre, pero desde el primer momento en que salió embarazada mi madre me dijo que él también es su hijo. Todo esto me hace sentir muy mal,  porque a partir del nacimiento de mi hermano ella se apartó totalmente de él.  Yo le dije en una ocasión que él estaba actuando así por lo que le había hecho su padre, pero siguió cerrado, negando que mi hermano fuera hijo suyo.

En las capacitaciones del Ceprev comprendí que el machismo de mi padre destruyó a mi familia y yo no pienso repetir esa historia. Mi deseo es formar a una familia en un determinado tiempo, tener mis hijos con una sola mujer, darles amor y cariño, respeto y enseñarles un camino que no los lleve al machismo.

Yo terminé mis estudios de computación con una beca que me dieron en el Ceprev, estoy terminando ahora mi secundaria y me gustaría estudiar Medicina, porque desde chiquito le curaba las heridas a mi prima y me gusta ayudar a las personas. Puedo decir que mi vida es muy distinta, porque antes no miraba una dirección, un camino a dónde ir, y ahora tengo un propósito en la vida.  

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

0 Comments

“El entorno familiar donde vivimos es determinante”

31/5/2015

0 Comments

 
“Me llamo Fanny y tengo 29 años. Crecí solo con mi mamá y mi padrastro. Como en muchas familias nicaragüenses, la ausencia del padre es algo normal y cotidiano. Desde que era adolescente yo anhelaba conocerlo y cuando al fin hace tres años pude estar con él fue decepcionante porque me saludó como si yo fuese cualquier persona, sin ninguna expresión emotiva.

Mi mamá me decía que él era adicto al alcohol y a las drogas, y su adicción se acentuó más cuando se fue a vivir a Estados Unidos. Ahora regresó y no ocupa su tiempo en nada útil, pasa en la calle con otros hombres desocupados como él, y yo solo lo saludo para su cumpleaños.

Mi madre fue la mayor de 11 hijos, mi abuelo tenía dos familias con numerosos hijos, y mi mamá asumió el rol de padre de sus hermanos.  Desde los 9 años salía a las calles a vender ropa que mi abuelita confeccionaba. Como ella no tuvo infancia, tuvo siete hijos con tres hombres diferentes y no supo darnos el cuidado y la tutela que necesitábamos.

Mi hermana mayor se fue de la casa a los 12 años, porque  la abusaba sexualmente una pareja de mi madre y después la violaron varios parientes de una amiga. A raíz de eso empezó a prostituirse desde los 13 años, después se fue a Guatemala y estando allá quedó embarazada de un jefe de una mara, y comenzó a traficar muchachas desde Nicaragua a ese país.

Yo crecí viendo todo eso y no me daba cuenta lo terrible que era. Pienso que el entorno familiar donde vivimos es determinante y que si mi madre  se hubiese ocupado de nosotros, mi hermana se hubiese salvado. Ella al fin se fue a Estados Unidos, pero a sus dos hijos adolescentes se los estoy criando desde hace dos años y los tengo estudiando en un colegio público.

También yo tuve una infancia difícil. Mi padrastro era el típico macho que tomaba, golpeaba a mi mamá y se creía el mandamás. Cuando yo tenía 13 años quiso abusar sexualmente de mí de una manera solapada. Me compró ropa interior y me pidió que me la pusiera y se la enseñara. Yo me negué, se lo dije a mi madre, y después él mantenía una constante confrontación conmigo.

En una ocasión llegaron a visitarme unas amigas, él se negó a que entraran y comenzó a golpearme con los puños cerrados. Yo gritaba, lloraba y me defendía, mientras él me pateaba junto a la cama de mi madre, pero ella no reaccionó hasta después, como indiferente a lo que me pasaba.

Fui a la Policía llorando a poner la denuncia, me tuvieron esperando mucho tiempo mientras  platicaban indiferentes y después una patrulla pasó viendo el caso, hicieron un acta en la que decía que no me tenía que golpear otra vez y se fueron. Por supuesto él me siguió golpeando y mi mamá solo me decía “Si pones otra denuncia, ¿quién me va a dar de comer?”.

Por toda esa situación me fui de la casa a los 13 años y empecé a consumir “bañado”, drogas, alcohol y cigarrillos. A los 15 años me metí a vivir con un hombre de 35, abandoné mis estudios de secretariado y continué drogándome. En una ocasión me asaltaron y apuñalearon cuando andaba comprando drogas y nadie me atendió.

Después llegó el Ceprev a visitar mi barrio. Yo estaba perdida pero quería salir de ahí de ese mundo y cuando vi llegar a las sicólogas sentí que eran como una balsa para alguien que se estaba ahogando. Asistí a varios talleres y llegó un punto en que decidí cambiar.  Comprendí que todos mis problemas habían comenzado en mi familia totalmente disfuncional pero que yo podía hacer la diferencia. Yo miraba a las sicólogas y pensaba, “me gustaría ser como ellas, porque están sanas, tienen un trabajo y ayudan a las personas”.

Me costó bastante tomar la decisión de apartarme de ese hombre y del grupo que se drogaba en el barrio pero al fin lo logré. Siguiendo el ejemplo de ellas, terminé mi secretariado, luego conseguí un trabajo como técnica en recursos laborales y finalmente estudié la carrera de sicología que culminé el año pasado. Me fui a vivir a León donde  adquirí una casita, tomé un curso de formulación de proyectos y ahora me gustaría desempeñarme como sicóloga  y ayudar a los adolescentes y a las jovencitas. Todavía hay cosas en mi vida que debo sanar, pero cuando miro hacia atrás y veo lo que fui, pienso en lo sorprendente que es el ser humano para rectificar y levantarse”.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 31 de abril de 2015.
0 Comments

Ese odio hacia mi padre lo descargaba en las calles

18/5/2015

0 Comments

 
Me llamo Armando y tengo 19 años. Cuando era niño mi padre era un hombre rígido y nos pegaba a mí y a mis dos hermanos con lo que encontraba: garrotes, alambres o con los puños. En esos momentos sentía furia porque no me podía defender. A mi mamá también la golpeaba y la maltrataba psicológicamente y había momentos en que trataba de defenderla, pero también me golpeaba a mí.

Cuando cumplí los doce años me metí en una pandilla de mi barrio. Empecé a consumir drogas, a robar carteras, celulares, cadenas, pulseras, todo lo que hallábamos. La gente del barrio nos compraba lo que robábamos y yo guardaba ese dinero para ir al colegio y para consumir drogas.Mis padres no me aconsejaban sino que me golpeaban por andar en las pandillas pero eso me ponía peor, me salía a las calles y seguía en lo mismo.

A los 15 años, los “traidos” me agarraron en un enfrentamiento y me apuñalearon. Cuando salí del hospital fui por el desquite y le hice lo mismo al chavalo que me había herido. A pesar de eso yo seguía sintiendo odio por él y quizás lo hubiera matado de no ser porque entré al CEPREV por medio de un amigo del barrio que me invitó a un taller. La primera vez que fui a una capacitación sentí que le importaba a alguien y me di cuenta que el odio y el resentimiento que yo tenía hacia mis padres lo descargaba en las calles contra otros chavalos.

A veces de tanto odio que andaba me metía solo en los barrios donde tenía problemas para buscar pleitos. Yo necesitaba los enfrentamientos como un desahogo, pero luego no me sentía mejor sino que buscaba cómo drogarme para no pensar en los problemas.

En el taller del CEPREV aprendí que mi padre era bien machista como muchos hombres, y que el machismo lo ciega a uno y lo lleva a hacer lo peor. Mi papá cuando llegaba a la casa quería tener la comida ya servida y si no era así, golpeaba a mi mamá porque la veía como un objeto de su propiedad, no como su esposa. Al llegar a mi casa después del taller, me decidí a hablarle y le dije “quiero hablar con vos”, él me preguntó “¿de qué?” y entonces le dije que cambiara su actitud, que se quitara ese pensamiento de machismo y le comenté de la charla que habíamos recibido. Le dije que me había dado cuenta de que esas actitudes de él también las tenía yo y que ambos cometíamos los mismos errores. Él se quedó sorprendido y callado. Por primera vez en la vida estábamos platicando tranquilos y él me escuchó.

Después de esa plática cambió la vida de los dos. El ahora no es machista, ya no nos pega, a mi mamá la ve como su esposa y hasta la trata de “amor”. Ahora cada vez que se presenta un problema en la familia, ya no lo resuelve a los gritos y a los golpes, sino que habla con nosotros y nos apoya. Él nos contó  a todos que en su juventud nunca tuvo lo que era una chibola para jugar, y que mi abuelo siempre lo maltrataba. Por eso él se descargaba con sus hijos, pero había recapacitado y ya no quería hacernos a nosotros lo que le hacía mi abuelo a él.

También hablé con mi mamá y ella ahora tampoco nos pega. Yo la miro más atenta y cariñosa, está como aliviada de que mi padre ya no es violento. Ella le decía a mis tíos que le daba gracias a Dios por el cambio mío y de mi padre, y porque ahora yo estudio con una beca del CEPREV la carrera de reparación de motos.  

Yo me alejé definitivamente de las pandillas y ya no consumo drogas. Todavía no termino mi carrera, pero estoy buscando trabajo porque me gustaría apoyar a mis padres. Siento que los he perdonado, en especial a él. Para mí eso ha sido importante, porque ya no siento ese miedo y ese odio hacia él que me impulsaba a hacer cosas malas. Ahora le tengo cariño y respeto, y a veces le digo “viejo, te quiero mucho”. Él se pone a reír y me dice que se alegra de que ya las cosas no sean como antes.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 17 de mayo de 2015.
0 Comments

“Me sentí inferior a todo el mundo por ser hija de una violación”

4/5/2015

0 Comments

 
“Me llamo Carla Vanessa y tengo 43 años. Es duro para mí hablar de todo esto, pero pienso que le puede ayudar a otras personas. Yo crecí con mi abuelita y el marido de ella porque mi madre era doméstica y llegaba una vez al mes a visitarnos a Rivas para llevarnos dinero, ropa y víveres.

Una vez me atreví a preguntarle a mi abuelita quién era mi papá y su marido sacó una pistola y me dijo “si seguís preguntando te meto un balazo”. En otra ocasión me siguió con un puñal porque iba con mis compañeros de colegio a una velada y él no quería que fuera. Por miedo nunca más pregunté sobre mi papá y crecí con esa falta de cariño de padre. Quizás por eso, me enamoré de un hombre a los 17, me fui con él y tuvimos dos hijos, una niña y un varón.

En esa época, como ya vivía independiente, me atreví a preguntarle de nuevo a mi madre sobre mi papá y ella me confesó que su padrastro la violaba desde que tenía cinco años, que se la llevaba al río, le ponía una pistola en la cabeza y le decía que si contaba algo las iba a matar a ella y a mi abuelita de un balazo. Y ella por miedo nunca dijo nada hasta que salió embarazada y mi abuela comprendió la verdad porque no conocían a nadie y él las dejaba enllavadas cuando salía trabajar al campo.

Para mí saber eso fue como morir en vida, y en ese momento entendí por qué mi abuelo se ponía tan furioso y me amenazaba cuando yo preguntaba. También entendí por qué mi mamá siempre llegaba a la casa cuando él andaba trabajando  y no se relacionaba con él. Yo sentí odio hacia ese hombre y a la vez me sentí inferior a todo el mundo por ser hija de una violación. Eso me bajó mi autoestima demasiado pero él ya había muerto para reclamarle.

Yo guardé mucho tiempo el secreto, pero a los 17 años de estar con mi pareja decidí contarle la verdad, esperando que me apoyara, que me hiciera sentir que yo valía como persona a pesar de haber nacido de una violación, pero no fue así porque él se lo contó a toda mi familia avergonzando a mi madre, y a los dos años me abandonó y desapareció hasta el día de hoy.

Su abandono nos afectó mucho a mí y a mis hijos, sicológica y económicamente, porque mi esposo no me dejaba trabajar ni estudiar y yo dependía completamente de él. Todavía es la fecha y mi hija quisiera saber de su padre porque unos dicen que vive en Panamá y otros que se casó y vive con su nueva familia en Honduras.

Por ese tiempo, comencé a asistir a los talleres del Ceprev y allí me ayudaron bastante. Yo sentía como que no existía y no me podía desahogar con nadie. Pero cuanto conté todo sentí que me liberaba de un gran peso y  que todo el grupo me apoyaba. Aprendí que tenía valor como persona, que no era mi culpa haber nacido de esa forma y que mi marido me había tenido estancada con su machismo y egoísmo.

Me di cuenta que estar sola era una oportunidad y comencé a trabajar como empacadora en una tienda de cosméticos y a estudiar la carrera de derecho. Gracias a Dios me fue bien y terminé la carrera en el 2012. Ahora me estoy uniendo con un primo y un sobrino abogados para hacer una oficina juntos.

En todos estos años mi madre siempre me apoyó. Me siento agradecida porque  nunca me rechazó por haber nacido de una violación y nunca me maltrató ni sicológica ni físicamente. Más bien me ayudó económicamente cuando estudié mi carrera y con el cuidado de mis hijos. Ella es una heroína y cuando se celebra el día de la madre no tengo palabras qué decirle ni hallo nada que sea equivalente a todo el amor que ella nos dio.

Ahora comprendo que el machismo y la violencia se van pasando a los hijos y nietos en una cadena. El trato de antes a las mujeres era sólo golpes y ofensas como el caso de mi abuela y mi madre que fueron esclavas de un hombre violento. Yo también sufrí la violencia de mi pareja que me tiraba la comida en la cara. Yo creo que con violencia no se puede vivir, que necesitamos el amor, el diálogo y el respeto.

También creo que hay que parar los abusos y las violaciones y no quedarse callados, porque siempre habrá alguien que pueda ayudarnos emocional y sicológicamente. Mi abuela siguió viviendo con el hombre que había violado a su hija por miedo a que las mataran y yo creo que nadie debería vivir una situación así en ninguna parte.”

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 3 de mayo de 2015.
0 Comments

“Quise ahorcarme de tanta violencia que había en mi hogar”

26/4/2015

0 Comments

 
“Me llamo Luis y tengo 32 años. Me crie con mi papá y mi mamá, algo que otros jóvenes no tienen, pero desde los 14 años mi padre también me pegaba duro con una faja para que me levantara a las cinco de la mañana y me fuera a trabajar con él en labores de jardinería.

También él era violento con mi madre y a los 14 años quise ahorcarme de tanta violencia que había en mi hogar y porque me sentía impotente para ayudar a mi madre. Esa vez mi mamá me descubrió colgando del mecate y me salvó. Ella lloraba mucho y le agradezco hasta la fecha porque me devolvió la vida y me hizo recapacitar.

A los 15 años ya empecé a andar en pandillas. Nunca consumí drogas, pero sí nos enfrentábamos con los grupos enemigos con morteros y pistolas. En mi pandilla hubo en esos años 16 muertos, uno de ellos fue mi primo que se ahorcó por la violencia que había en su casa y porque lo habían echado a la calle. Para mí fue muy duro, no creía en su muerte porque platicábamos todos los días y me hacía mucha falta.

A pesar de eso, seguí en las pandillas robando o peleando con los otros 14 grupos enemigos que había en los barrios vecinos. Un vez me agarraron en una fiesta en el malecón de Managua y me iban a matar, pero una amiga que andaba conmigo les rogó que me soltaran y aunque me golpearon duro, me dejaron vivo. La mayoría de mis amigos no tuvieron la misma suerte porque no llegaron ni a los 20 años.

Cuando cumplí los 16 mi papá se fue con otra mujer y nos dejó a los ocho hermanos con mi madre. Ella tuvo que pedirles a dos tías que agarraran a dos de mis hermanas para ayudarla a criarnos. Pasamos tiempos duros, porque a veces no teníamos más que tortilla con sal para comer y para beber hacíamos fresco de masa de tortilla con azúcar.

Cuando yo tenía 21 años mi papá regresó a la casa y al poco tiempo empezaron de nuevo los pleitos con mi mamá y la hermana de él.  Mi papá era alcohólico y al final nos corrió de la casa y tuvimos que irnos los seis hermanos que quedábamos con mi madre donde una tía. El seguía buscándonos y lo volvimos a aceptar, pero él nunca se compuso y murió unos años después de un infarto.

En esa época llegaba el CEPREV a mi barrio, pero yo no les hacía caso. Pero luego miré que todos mis amigos de la pandilla iban a los talleres que daban y acepté participar. Yo estaba acostumbrado a que la gente nos rechazara, pero cuando llegué al CEPREV pude experimentar el amor que le dan a uno en esas charlas y cómo nos ayudan a darnos cuenta que uno vale, a encontrar la felicidad y la tranquilidad.

Yo antes era bien machista. Era violento con mi novia y llegué a tener diez mujeres. Pero en el CEPREV me enseñaron que los hombres también necesitamos los sentimientos y aprendí a tener verdadero aprecio y respeto a las mujeres. Ahora prefiero no andar con una y con otra, sino que le pido al Señor conocer a alguien que me quiera y con quien formar un hogar.

También cambié mi estilo de vida. Hace ya siete años que no participo en nada violento, no pertenezco a ninguna pandilla y me dedico a trabajar para ganarme la vida y ayudarle a mi madre.

En el CEPREV me dieron una beca para aprender a conducir y ahora quisiera encontrar un trabajo estable, porque me he defendido hasta ahora vendiendo accesorios en los semáforos.

En mi casa ya no hay violencia porque todos mis hermanos ya salieron de las pandillas, se han casado y han formado sus hogares. Yo compré un terreno junto a la casa de mi madre y  llego a comer a diario donde ella y también le ayudo a cocinar.

Nosotros platicamos y a veces se acuerda de que estuve nueve meses preso en las estaciones policiales y se alegra porque mi vida ha cambiado y ya no tiene que preocuparse y desvelarse por nosotros. La cárcel es una experiencia horrible, y por eso yo les diría a los jóvenes que andan en pandillas que recapaciten y ya no hagan sufrir a sus madres.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 26 de abril de 2015.
0 Comments
<<Previous
Forward>>

    Archivos

    January 2016
    December 2015
    November 2015
    October 2015
    September 2015
    August 2015
    July 2015
    June 2015
    May 2015
    April 2015
    March 2015
    February 2015
    January 2015
    December 2014
    November 2014
    October 2014
    September 2014
    August 2014
    July 2014
    June 2014
    May 2014
    April 2014
    March 2014
    November 2013

    Categorias

    All
    Agenda Comun
    Compartir Experiencia
    Desayuno Trabajo
    El Cambio Empieza Por Mi
    Pronunciamiento

    RSS Feed

Powered by Create your own unique website with customizable templates.