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“No estuviera en este mundo contando esta historia”

22/10/2015

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“Me llamo Ernesto y tengo 23 años. Mi papá me dio su apellido, pero no vivió con nosotros porque tenía otra familia. Mi mamá echaba tortillas para mantenernos y a los cinco años me quemé la mano con las brasas donde ella cocinaba. Pasé como un mes en el hospital y recuerdo que me sentí animado cuando mi padre llegó a verme y luego empecé a visitar su casa porque me gustaba relacionarme con mis abuelos y mis tías, pero me sentía incómodo porque ellos creían que yo solo llegaba a pedir ayuda.

A los ocho años me atropelló un carro y quedé en coma un mes y medio, pero cuando me estaban operando en el quirófano tuve una visión, miraba una luz blanca y escuché una voz que me decía: ‘Ánimo, seguí viviendo porque eres especial’. A mi madre le dijeron que iba a quedar inválido y ella lloraba mucho, pero no fue así. Estuve con aparatos y en silla de ruedas y finalmente después de dos meses empecé a caminar poco a poco.

Cuando llegué a la secundaria, dejé la escuela porque necesitaba ayudar en la casa. Tuve mi primera novia y cuando ella me dejó por beber demasiado me tiré al alcohol y entré en una pandilla de mi barrio. Nunca me gustaron las drogas, pero cuando nos faltaba el guaro nos íbamos a asaltar en otros barrios para seguir bebiendo y a veces nos enfrentábamos con piedras y cuchillos contra otras pandillas.

A los 18 años me ponía en las esquinas de mi barrio a pedir dinero y fue uno de esos días cuando llegó una sicóloga del Ceprev y me invitó a participar en los talleres de esa organización. Fui con el propósito de cambiar y dejar las pandillas y fue algo bonito porque muchos jóvenes llegaban con diferentes historias que me llegaron al corazón. Aprendí a no discriminar a las personas como me discriminaban a mí, a tener una nueva identidad y a influirme a mí mismo.
Lo más importante fue entender por qué tenía muchos problemas con mi mamá y mis hermanos, por qué me valía todo y me iba a la calle. Las discusiones me afectaban y no me gustaba que me regañaran, porque eso despertaba en mi un enojo y una furia grande y me iba a beber más alcohol para relajarme. Me di cuenta que el machismo destruye al hombre, al hogar y a la familia, y aunque yo quería a mi padre, eso fue lo que le pasó a él. Mi madre me contaba que andaba con varias mujeres y eso hizo que dejara a todos sus hijos en Nicaragua y se fuera a Costa Rica.

Después volví a vivir esos talleres y seguí aprendiendo cosas que no enseñan en los colegios, como comprender por qué se vive tanta violencia en los hogares y cómo eso influye para que los jóvenes bebamos guaro y consumamos drogas. Todo eso me ayudó a dejar de llevarme mal con mis hermanos y a no faltarle el respeto a mi madre y a mi padrastro, porque él ha sido respetuoso con nosotros y no tiene vicios.

Desde hace cinco años, cuando comencé a visitar el Ceprev, dejé de andar en las pandillas y de andar robando. También dejé de tomar hasta quedar tirado en las esquinas, como me pasaba antes. Ahora trabajo en albañilería y pintura, estoy acompañado y tengo una niña de cuatro años. Siento un cariño grande hacia mi hija y quiero darle el amor que no recibí para que no pase por los problemas que yo pasé en la vida.

Pertenezco al movimiento de Jóvenes por la paz, del Ceprev y a una red centroamericana de derechos humanos. El año pasado participamos en la campaña Soy joven y no quiero armas, y organicé en mi barrio un torneo de futbol para estimular a que los jóvenes se retiren de las pandillas. También participé en una exhibición de la vida de Ana Frank que se hizo en Nicaragua, explicando a los jóvenes que llegaban a verla cómo el racismo acabó con la vida de ella en la Segunda Guerra Mundial.
​
Yo quisiera pedirle a los que leen esto que busquen en internet La Plaza, Ana Frank y nuestras voces, que ya no discriminen a los jóvenes que están viviendo como yo viví, sino que los apoyen a cambiar como me apoyaron a mí. Si yo no hubiera recibido ese apoyo, no hubiese tenido a mi hija, porque tal vez estaría preso o no estuviera en este mundo contando esta historia”.
*Directora del Ceprev. La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.
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