“Me llamo Carla Vanessa y tengo 43 años. Es duro para mí hablar de todo esto, pero pienso que le puede ayudar a otras personas. Yo crecí con mi abuelita y el marido de ella porque mi madre era doméstica y llegaba una vez al mes a visitarnos a Rivas para llevarnos dinero, ropa y víveres.
Una vez me atreví a preguntarle a mi abuelita quién era mi papá y su marido sacó una pistola y me dijo “si seguís preguntando te meto un balazo”. En otra ocasión me siguió con un puñal porque iba con mis compañeros de colegio a una velada y él no quería que fuera. Por miedo nunca más pregunté sobre mi papá y crecí con esa falta de cariño de padre. Quizás por eso, me enamoré de un hombre a los 17, me fui con él y tuvimos dos hijos, una niña y un varón.
En esa época, como ya vivía independiente, me atreví a preguntarle de nuevo a mi madre sobre mi papá y ella me confesó que su padrastro la violaba desde que tenía cinco años, que se la llevaba al río, le ponía una pistola en la cabeza y le decía que si contaba algo las iba a matar a ella y a mi abuelita de un balazo. Y ella por miedo nunca dijo nada hasta que salió embarazada y mi abuela comprendió la verdad porque no conocían a nadie y él las dejaba enllavadas cuando salía trabajar al campo.
Para mí saber eso fue como morir en vida, y en ese momento entendí por qué mi abuelo se ponía tan furioso y me amenazaba cuando yo preguntaba. También entendí por qué mi mamá siempre llegaba a la casa cuando él andaba trabajando y no se relacionaba con él. Yo sentí odio hacia ese hombre y a la vez me sentí inferior a todo el mundo por ser hija de una violación. Eso me bajó mi autoestima demasiado pero él ya había muerto para reclamarle.
Yo guardé mucho tiempo el secreto, pero a los 17 años de estar con mi pareja decidí contarle la verdad, esperando que me apoyara, que me hiciera sentir que yo valía como persona a pesar de haber nacido de una violación, pero no fue así porque él se lo contó a toda mi familia avergonzando a mi madre, y a los dos años me abandonó y desapareció hasta el día de hoy.
Su abandono nos afectó mucho a mí y a mis hijos, sicológica y económicamente, porque mi esposo no me dejaba trabajar ni estudiar y yo dependía completamente de él. Todavía es la fecha y mi hija quisiera saber de su padre porque unos dicen que vive en Panamá y otros que se casó y vive con su nueva familia en Honduras.
Por ese tiempo, comencé a asistir a los talleres del Ceprev y allí me ayudaron bastante. Yo sentía como que no existía y no me podía desahogar con nadie. Pero cuanto conté todo sentí que me liberaba de un gran peso y que todo el grupo me apoyaba. Aprendí que tenía valor como persona, que no era mi culpa haber nacido de esa forma y que mi marido me había tenido estancada con su machismo y egoísmo.
Me di cuenta que estar sola era una oportunidad y comencé a trabajar como empacadora en una tienda de cosméticos y a estudiar la carrera de derecho. Gracias a Dios me fue bien y terminé la carrera en el 2012. Ahora me estoy uniendo con un primo y un sobrino abogados para hacer una oficina juntos.
En todos estos años mi madre siempre me apoyó. Me siento agradecida porque nunca me rechazó por haber nacido de una violación y nunca me maltrató ni sicológica ni físicamente. Más bien me ayudó económicamente cuando estudié mi carrera y con el cuidado de mis hijos. Ella es una heroína y cuando se celebra el día de la madre no tengo palabras qué decirle ni hallo nada que sea equivalente a todo el amor que ella nos dio.
Ahora comprendo que el machismo y la violencia se van pasando a los hijos y nietos en una cadena. El trato de antes a las mujeres era sólo golpes y ofensas como el caso de mi abuela y mi madre que fueron esclavas de un hombre violento. Yo también sufrí la violencia de mi pareja que me tiraba la comida en la cara. Yo creo que con violencia no se puede vivir, que necesitamos el amor, el diálogo y el respeto.
También creo que hay que parar los abusos y las violaciones y no quedarse callados, porque siempre habrá alguien que pueda ayudarnos emocional y sicológicamente. Mi abuela siguió viviendo con el hombre que había violado a su hija por miedo a que las mataran y yo creo que nadie debería vivir una situación así en ninguna parte.”
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 3 de mayo de 2015.
Una vez me atreví a preguntarle a mi abuelita quién era mi papá y su marido sacó una pistola y me dijo “si seguís preguntando te meto un balazo”. En otra ocasión me siguió con un puñal porque iba con mis compañeros de colegio a una velada y él no quería que fuera. Por miedo nunca más pregunté sobre mi papá y crecí con esa falta de cariño de padre. Quizás por eso, me enamoré de un hombre a los 17, me fui con él y tuvimos dos hijos, una niña y un varón.
En esa época, como ya vivía independiente, me atreví a preguntarle de nuevo a mi madre sobre mi papá y ella me confesó que su padrastro la violaba desde que tenía cinco años, que se la llevaba al río, le ponía una pistola en la cabeza y le decía que si contaba algo las iba a matar a ella y a mi abuelita de un balazo. Y ella por miedo nunca dijo nada hasta que salió embarazada y mi abuela comprendió la verdad porque no conocían a nadie y él las dejaba enllavadas cuando salía trabajar al campo.
Para mí saber eso fue como morir en vida, y en ese momento entendí por qué mi abuelo se ponía tan furioso y me amenazaba cuando yo preguntaba. También entendí por qué mi mamá siempre llegaba a la casa cuando él andaba trabajando y no se relacionaba con él. Yo sentí odio hacia ese hombre y a la vez me sentí inferior a todo el mundo por ser hija de una violación. Eso me bajó mi autoestima demasiado pero él ya había muerto para reclamarle.
Yo guardé mucho tiempo el secreto, pero a los 17 años de estar con mi pareja decidí contarle la verdad, esperando que me apoyara, que me hiciera sentir que yo valía como persona a pesar de haber nacido de una violación, pero no fue así porque él se lo contó a toda mi familia avergonzando a mi madre, y a los dos años me abandonó y desapareció hasta el día de hoy.
Su abandono nos afectó mucho a mí y a mis hijos, sicológica y económicamente, porque mi esposo no me dejaba trabajar ni estudiar y yo dependía completamente de él. Todavía es la fecha y mi hija quisiera saber de su padre porque unos dicen que vive en Panamá y otros que se casó y vive con su nueva familia en Honduras.
Por ese tiempo, comencé a asistir a los talleres del Ceprev y allí me ayudaron bastante. Yo sentía como que no existía y no me podía desahogar con nadie. Pero cuanto conté todo sentí que me liberaba de un gran peso y que todo el grupo me apoyaba. Aprendí que tenía valor como persona, que no era mi culpa haber nacido de esa forma y que mi marido me había tenido estancada con su machismo y egoísmo.
Me di cuenta que estar sola era una oportunidad y comencé a trabajar como empacadora en una tienda de cosméticos y a estudiar la carrera de derecho. Gracias a Dios me fue bien y terminé la carrera en el 2012. Ahora me estoy uniendo con un primo y un sobrino abogados para hacer una oficina juntos.
En todos estos años mi madre siempre me apoyó. Me siento agradecida porque nunca me rechazó por haber nacido de una violación y nunca me maltrató ni sicológica ni físicamente. Más bien me ayudó económicamente cuando estudié mi carrera y con el cuidado de mis hijos. Ella es una heroína y cuando se celebra el día de la madre no tengo palabras qué decirle ni hallo nada que sea equivalente a todo el amor que ella nos dio.
Ahora comprendo que el machismo y la violencia se van pasando a los hijos y nietos en una cadena. El trato de antes a las mujeres era sólo golpes y ofensas como el caso de mi abuela y mi madre que fueron esclavas de un hombre violento. Yo también sufrí la violencia de mi pareja que me tiraba la comida en la cara. Yo creo que con violencia no se puede vivir, que necesitamos el amor, el diálogo y el respeto.
También creo que hay que parar los abusos y las violaciones y no quedarse callados, porque siempre habrá alguien que pueda ayudarnos emocional y sicológicamente. Mi abuela siguió viviendo con el hombre que había violado a su hija por miedo a que las mataran y yo creo que nadie debería vivir una situación así en ninguna parte.”
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 3 de mayo de 2015.