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“Ya no necesito un arma para que me tengan respeto”

10/11/2014

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“Me llamo Ariel y tengo 22 años. A la edad de ocho años me di cuenta de que vivía en una familia destruida y deprimente: mis hermanos mayores andaban en las pandillas, mi mamá tomaba casi a diario junto con mi padrastro y yo no tenía padre, porque él me había abandonado cuando tenía dos años.

Cuando cumplí once años, los de la pandilla contraria aprovecharon que mi hermano estaba bajo los efectos de la droga para llegar a matarlo, destrozándole el cráneo con un tubo. Ese hermano velaba por mí, ante cada problema estaba ahí defendiéndome, y fue muy triste perderlo. A veces no había comida en la casa y mi hermano me daba de su dinero para comer, porque mi mamá gastaba el dinero en licor. Por eso, me sentí desmoralizado al no contar más con su apoyo.

En esa época no usaba drogas, pero comencé a venderlas, como había hecho mi hermano antes de morir. Mucha gente lo conocía y como yo me parezco a él, tomé el negocio en mis manos y lo continué. A los 17 años ingresé en las pandillas que se enfrentaban con los grupos enemigos por el territorio. Ningún desconocido podía entrar a mi cuadra, porque ejercíamos una función de vigilancia y protección del barrio, y nadie podía meterse a robar o a golpear a los nuestros.

A veces entraban los "traídos" de otros barrios en moto y disparaban contra nosotros a quemarropa. Por eso, permanecíamos vigilando y apenas veíamos que se acercaba una moto, la parábamos e interrogábamos al que la conducía. En mi barrio hubo mucha violencia en esa época, disparábamos en los enfrentamientos con pistolas calibre 22, calibre 45 o armas hechizas, y tuvimos cuatro muertos entre los nuestros.

Mi actitud en la familia era de rebeldía total, yo pensaba que no iba a vivir mucho tiempo y no me importaba, pero a pesar de ello, no era un adicto y solo raras veces consumía drogas. En esa época, llegó el Ceprev a mi barrio y me invitaron a recibir varias capacitaciones. En una ocasión, nos encontramos con un grupo enemigo en la misma oficina del Ceprev y no pasó nada, porque respetábamos a la institución.

Cuando tenía 19 años, dejé las pandillas definitivamente aunque me costó, pero el Ceprev comenzó a darme seguimiento y con las capacitaciones me di cuenta de que yo sí valía y que deseaba mejorar en la vida. Las sicólogas nos decían: “el machismo destruye a las familias”, y yo veía que eso era lo que nos estaba pasando, porque mis hermanos tomaban, armaban pleitos y se drogaban para mostrar "hombría".

Recuerdo que nos regalaron unos uniformes de fútbol y fui uno de los elegidos para hablar de nuestros cambios en los canales de televisión, y eso me entusiasmó. En esa época, me fui a Guatemala y me quedé dos años trabajando para ayudar a mi mamá. Allá estaba bien, hice amistades y participé en actividades de albañilería, pero decidí regresar porque mi mamá estaba muy enferma. Cuando llegué, me enteré de que mi padrastro había muerto y que a mi mamá le habían cortado la pierna debido a la diabetes.

En esos tiempos, pasé por una situación súper difícil y deprimente. Mi mamá había tenido muchas parejas, pero mi padrastro fue el único que la supo valorar y por eso yo lo quería. Ver a mi madre sin su pierna también fue muy fuerte, un golpe que me empujó a superarme. El Ceprev me dio una beca para estudiar electricidad residencial y mantuve mi compromiso con los estudios hasta la semana pasada que me gradué. Gracias a las capacitaciones del Ceprev, ahora puedo ver un futuro en el que no hay machismo y una familia con hijos que no sufran lo que yo viví.

Poco a poco me he ido sintiendo mejor. Tengo mayor autodominio y control sobre mis emociones. Mi machismo ha cambiado definitivamente, no solo pienso en mí mismo sino en cómo ayudar a otros jóvenes para que salgan de la violencia. Ha cambiado mi comunicación con los amigos, les saludo, soy amable y ellos me respetan porque me ven como alguien que se está superando.

He pasado de estar deprimido a estar positivo por la autoestima que ahora tengo. Antes tenía un negocio de marihuana, pero ahora estudio y quiero trabajar para tener un dinero limpio y dignidad ante la sociedad. Antes caminaba con mi arma para que me tuvieran respeto y ahora no necesito mi arma para que me tengan respeto, porque me lo tienen por mi cambio y mi comportamiento diferente”.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 7 de noviembre de 2014.
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