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“Deseo demostrar que ya no soy el delincuente que era”

25/8/2015

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Me llamo Alex y tengo 21 años. Mi papá me dejó botado a los seis meses, así es que puedo decir que no lo conocí. Era miembro del Ejército y lo echaron preso por violar los derechos de la gente. Decía que mi mamá lo había engañado y que yo no era su hijo, pero mi mamá siempre me aseguró que yo era hijo de él, al igual que mis otros tres hermanos.

A raíz del abandono de mi padre, mi mamá se fue a Costa Rica a trabajar para mantenernos a los cuatro hijos. Yo tenía seis años y sentía que me hacía mucha falta su cariño y su calor, porque ella solo podía venir a vernos una vez al año. Crecí entonces con mi abuela y una tía, pero puedo decir que no recibí el cariño de nadie, sino maltratos, porque mi abuela me pegaba con lo que hallaba, tubos, alambres o pedazos de leña. Incluso una vez me tiró una banca y me rajó la cabeza. 

De niño sentí que no tenía familia, me sentía solo y abandonado, miraba cómo mi tía cuidaba a sus hijos y yo deseaba que ella fuera mi madre. Por eso desde los doce años comencé a andar en pandillas, porque ellos me cuidaban y me hacía sentir como si fueran mi familia. Nos íbamos a robar celulares, carteras y prendas de valor. Con eso comprábamos comida, marihuana, guaro y nos juntábamos a drogarnos en un puente.

Casi todos los días nos enfrentábamos con otras pandillas con armas hechizas, machetes, palos y piedras. Dos veces me hirieron, en la pierna y en el pie, pero yo no le ponía importancia porque quería seguir en la calle, me sentía tan desolado que no valoraba mi vida, tenía la autoestima por el suelo y pensaba que daba igual si me mataban.

En esa época sentía que odiaba demasiado a mi padre, deseaba matarlo, pero como no podía me imaginaba que los hombres que asaltaba eran como él y me desahogaba haciéndoles daño. Nunca maté a nadie, pero herí a varios con machete, porque pensaba que eran como mi padre. Yo sabía que él estaba vivo, pero no me interesaba nada de él, igual que yo nunca le interesé.

Cuando tenía 14 años conocí a las sicólogas del Ceprev que llegaban a mi barrio. Cuando viví el primer taller me di cuenta que mi padre había sido machista y que yo me estaba volviendo como él: mujeriego y violento, porque no creía en las personas ni en mí mismo, y que si seguía así iba a terminar muerto o en la cárcel. En esa organización me enseñaron cómo podía salir adelante y superarme, también me enseñaron a recuperar mi autoestima y perdonar a las personas que me habían hecho daño.

Por primera vez quise hablar con mi padre y pedirle que tuviéramos una buena relación, aunque fuese como amigos, pero hasta la fecha nunca quiso darme la cara. Yo lo fui a buscar varias veces a un banco donde trabajaba como guardia de seguridad, pero siempre se me negaba. A pesar de eso ya no le guardo rencor, porque me di cuenta que eso me hacía daño a mí mismo y no quiero vivir con ese odio adentro.

Ahora mi vida es completamente diferente. Me alejé de las pandillas y ya no consumo drogas ni alcohol. Otros miembros de la pandilla cayeron presos y dos murieron. Ahora ya no hay pleitos como antes, pero la Policía actúa con violencia en el barrio. A veces llegan y se llevan a chavalos que solo están platicando o escuchando música, los golpean sin investigarlos y si alguno queda morado o con señas no los dejan salir a las 48 horas, sino hasta que se les quite la marca de los golpes. Está bien que ellos se defiendan si algún chavalo se pone alterado, pero si los jóvenes no están haciendo nada no tienen derecho de golpearnos y ofendernos.

Desde que me alejé de las pandillas quiero estudiar, me van a dar una beca de barbería en el Ceprev y pienso acondicionar mi casa para trabajar desde ahí y apoyar a la tía con la que vivo. Tengo una relación de pareja de cuatro meses y pienso formalizarme y tener una familia con ella. Para mientras estoy buscando trabajo, ayudo a mi tía en los quehaceres de la casa y busco cómo distraerme para no pensar en nada malo. Esta tía me trata con mucho cariño, me aconseja que me supere y le demuestre a la gente la persona buena que soy. Me dice que tengo buen corazón, que busque cómo ayudarle a mi mamá que está enferma en Costa Rica y que siempre ha trabajado para pagarnos la comida y los estudios. Yo también deseo demostrarle a la gente que ya no soy el delincuente que era, porque puedo decir que volví a nacer y que ahora soy otra persona. 

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

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No sé cómo sobreviví a esa infancia

11/8/2015

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“Me llamo Francisco  y tengo 29 años. No fui un hijo deseado por mi padre porque él le reprochaba el embarazo a mi madre y la golpeaba, pero no logró hacerla abortar. Al momento de que mi madre iba a dar a luz él andaba tomado así es que nací en la casa, con ayuda de una partera.

Mi padre  siempre  me hizo sentir mal; desde pequeño me decía que no me quería, me apartaba y nunca tuve una fiesta de cumpleaños o celebración por mi nacimiento. Llegué a sentir que mi vida no valía la pena, porque mi mamá vivía metida en el mercado trabajando y aunque a veces nos decía que nos quería, yo me sentía completamente abandonado.

Todos los sábados en mi casa era pleito cuando mi padre llegaba con sus tragos a golpear a mi madre o a nosotros. Una vez  intentó tirarnos a mí y a mi hermana a un cauce que había cerca de mi casa, pero mi madre lo siguió y le reventó la cabeza con una raja de leña. Luego agarró un cuchillo y le dijo que si se volvía a acercar se iba a desgraciar la vida porque lo iba a matar.

Cuando yo tenía cuatro años, mi madre se decidió y dejó a mi padre. Ella lavaba y planchaba para darnos el sustento sin pensar que al dejarnos con mi abuela nos exponía a otro gran peligro, porque ella nos golpeaba brutalmente a todos, una vez agarró un tizón, me quemó la cara y me dejó esta gran cicatriz (se muestra la marca en la mejilla y llora).

Yo crecí con terror a esa abuela que también le hizo mucho daño a mi madre, porque permitió que su marido la abusara de niña y nunca le creyó cuando mi madre le decía lo que le estaba haciendo su padrastro.

No sé ni cómo sobreviví a esa infancia. Cuando tenía ocho años, mi madre por fin se fue de la casa de mi abuela y nos fuimos a vivir con mi padrastro. Él supo ser el padre que nunca tuve, nos llevaba frutas o dulces cuando volvía del trabajo, era cariñoso con los cinco hijos de mi madre y por eso fueron los mejores dos años de mi vida.

Cuando cumplí los diez años, ellos fueron a trabajar a Costa Rica y nos dejaron a mí y a un hermano otra vez  con mi padre porque no había quien nos cuidara. Mi padre le daba todo a mi hermano, pero a mí no me dejaba acercármele. Él tomaba mucho en compañía de su hermano y cuando yo tenía once años ese hombre abusó de mí y comenzó una horrible pesadilla que duró mucho tiempo, porque cuando le conté a mi papá me acusó de mentiroso y me golpeó hasta reventarme con un alambre de luz y me estrelló contra el palo de jícaro que había en la casa.

Lo que más me dolió fue darme cuenta nuevamente que no me quería, no sé ni cómo seguí estudiando, pero prefería estar en la escuela antes que en mi casa. Me sentaba en un rincón, y si la maestra me preguntaba algo, temblaba de miedo y me quedaba callado.

Cuando llegué a la adolescencia, me metí a las pandillas y me dediqué a robar, a apuñalear y consumir drogas. Yo sacaba en las calles toda la violencia que había vivido, sentía que las personas que dañaba se lo merecían, así como sentía que yo merecía todo lo que me había pasado. 

La primera vez que un amigo me llevó a un taller del Ceprev tenía 17 años y estaba bien drogado. A  pesar de eso me gustó demasiado el taller porque prácticamente estaba viendo reflejada mi vida. Así comenzó un proceso de tres años, hasta que al cumplir los 20 pude dejar las drogas, la violencia y empezar otra vida.  El  promotor del Ceprev que vive en mi barrio me enseñó que yo valía mucho, que defenderse de una agresión no significaba agarrar un cuchillo o golpear a alguien, sino que las cosas se podían resolver  con el diálogo. En los talleres aprendí a perdonar a mi padre, a mis familiares y a las personas que  me hicieron tanto daño en mi vida.

Puedo decir que ahora  soy un hombre alegre, que mira las cosas en forma positiva, y  que busca soluciones a lo más negativo. Me he dedicado a criar a mi sobrina, a estar con mi madre y a ayudar a mi padre a cambiar. El tío que me abusó purga condena en la cárcel por otros abusos y yo siento paz en mi corazón. También doy charlas a los jóvenes que todavía están en la violencia y en las drogas  y siento que mi vida ha cambiado completamente gracias a mi valentía.”

*La autora recoge testimonios de personas que desean compartir sus experiencias de cambio.

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