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“Como hombre le digo no a las armas”

23/6/2014

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Me llamo Alejandro y tengo 26 años. Conocí a mi padre a los trece años, lo vi dos o tres veces y nunca más. Dejó a mi madre antes de que yo naciera y a sus otros cuatro hijos. Como mi madre trabajaba, me cuidaba mi abuelita. Mis hermanos mayores me hacían groserías, me golpeaban y fui creciendo con resentimiento, viendo los pleitos de pandillas de la generación anterior y teniendo ganas de hacer lo mismo.

A los catorce años, comencé a andar en las pandillas, a consumir alcohol y marihuana. En esa época herí a varias personas, cometí robos con violencia y llegué a un punto en que no podía salir de mi barrio porque para dónde agarraba me encontraba con enemigos. Por eso, no usaba buses y solo salía en taxi cuando tenía que hacerlo.

Me había vuelto muy violento y me defendía de mis hermanos con piedras, tubos o golpes. Llegó el momento en que mi abuelita no podía cuidarme, porque estaba a cargo de otros nietos más pequeños, y como mi madre regresaba noche del trabajo, andaba solo en las calles o con las pandillas.

Cuando tenía 18 años, empezaron a llegar a mi barrio las sicólogas del Ceprev, a invitarnos a sus talleres y charlas. Allí comenzamos a reflexionar y a darnos cuenta de que nos estábamos dañando a nosotros mismos y a los otros. Quise cambiar mi vida y tratar de ser una persona útil, no alguien que despertara el miedo en los demás. Comencé a involucrarme en grupos de “break dance”, para tratar de alejarme de la violencia.

En esa época, el Ceprev llevó adelante un proyecto con la Fundación “Ana Frank”, que nos dio oportunidad de recibir cursos de pintura. Como esta me gustaba, empecé a dedicar mucho tiempo a dibujar, bailar y pintar cuadros; ya había dejado de andar en las calles.

En ese mismo año, aparecieron en el barrio personas vendiendo una gran cantidad de armas, pistolas de todo tipo y las armas hechizas dejaron de circular. Se incrementó la cantidad de muertos y heridos, y fue cuando balearon a dos amigos míos, uno de los cuales estuvo a punto de morir. Eso me hizo meterme de nuevo en los pleitos para tratar de desquitarnos.

Como un mes después, me hirieron en otro enfrentamiento con una pistola calibre 38; me perforaron el pulmón y la médula espinal. Allí tirado, intenté tres veces ponerme en pie, pero las piernas no me respondieron. Me puse muy mal, estuve grave porque me estaba ahogando por la perforación en el pulmón.

Uno de mis amigos vio que me estaba muriendo e introdujo su dedo en la herida para que la sangre pudiera salir, lo que me salvó porque pude aguantar hasta llegar al hospital. Después me dieron la terrible noticia de que había quedado parapléjico. Fue un golpe tremendo, difícil de llevar hasta este momento. Salí del hospital con deseos de ver morir al que me había herido.

Mi familia me decía que todo iba a estar bien, pero yo lloraba de odio y ganas de venganza. En poco tiempo, me di cuenta que ese sentimiento me iba a matar y fue cuando conocí a un exmarero de Guatemala que predicaba a Cristo, y este me ayudó a convertirme. Desde entonces comencé a asistir a la iglesia, me limpié de resentimiento y me enamoré de la palabra de Dios. Las muchachas del Ceprev me visitaban en el hospital y en mi casa, me apoyaron y me dieron una beca en computación.

Con las enseñanzas que recibí en el Ceprev, predico ahora en la iglesia la importancia de la unidad en la familia, de romper esa cadena que nos hace querer que otros nos tengan miedo. A mí me abandonó mi padre por ese mismo machismo, como en muchas otras familias disfuncionales.

Ya me gradué como mejor alumno en un instituto teológico, y cuando predico en distintas ciudades, enseño a los hombres a dejar de ver a las mujeres como propiedad y a no ejercer violencia contra ellas. Yo tengo una novia a la que respeto y que ha sido uno de los pilares que me ha ayudado a seguir adelante.

Hoy le digo no a todo lo que me llevó a donde estuve. Como hombre le digo no a las armas, no a la violencia, no a las drogas. Solo quiero amar, cuidar y respetar a las personas que me rodean.

Mónica Zalaquett

Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 23 de junio de 2014.

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“Sacar lo positivo que uno lleva dentro”

9/6/2014

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Me llamo Antonio y tengo 31 años. Desde que era niño mi padre se portaba en forma bien machista y destructiva. Nunca nos desamparó económicamente, pero era frío, no se comunicaba con nosotros y era violento, le pegaba a mi mamá y eso me enojaba, porque no podía hacer nada. Era un hombre promiscuo, con tres familias más fuera del matrimonio.

Aunque trabajaba, tomaba mucho y comía todo lo que le hacía daño y cuando llegaba tomado nos ponía a formar con mis hermanos como soldados y como castigo nos ponía adoquines en la cabeza. Una vez me golpeó con el puño solo porque no había botado la basura y como me corrí, me lanzó una piedra que si me hubiera dado me mata.

Esa vida que llevaba lo enfermó y murió a los 48 años de diabetes. Yo lo odiaba, pero cuando murió sentí un gran dolor. Luego me comencé a descarriar, empecé a consumir piedra, marihuana y cocaína, a tomar bastante. Me metí a una pandilla del barrio y peleábamos los fines de semana contra las otras pandillas con morteros, machetes y piedras. También robábamos en las noches a la gente que pasaba o nos metíamos a las casas. Una vez me agarraron los de otra pandilla y me golpearon hasta dejarme desfigurado. En otra ocasión, caí preso y en la cárcel juré que no iba a consumir más drogas.

En esos tiempos, una tía mía que visitaba al Ceprev me invitó a un taller que me hizo reflexionar, porque tomaban en serio mis problemas y mostraban sinceridad e interés en mi vida. Me motivaron a estudiar una carrera técnica y terminé electricidad residencial y luego por ser buen estudiante me becaron para estudiar computación. Después aprendí a manejar y me dediqué a trabajar como conductor de buses. Mi vida cambió en muchas formas, por ejemplo podía tener empatía con las demás personas, ser solidario, actuar como un hombre que se ha olvidado del machismo.

Mi cambio comenzó al mejorar mi autoestima. Al reconocer que tenía problemas conmigo mismo. Si antes robaba, ahora aborrezco eso. Antes discutía mucho con mi madre, le hacía la vida imposible y ahora la comprendo, porque aprendí que la violencia no deja nada bueno. Antes caminaba sucio, sin bañarme y con la misma ropa, pero hoy me aseo y mi aspecto es diferente.

Después de todo este proceso, desde el año 2000 me he dedicado a ayudar a otros jóvenes que pasan por la misma situación que yo viví. Actualmente pertenezco a un movimiento que se llama Jóvenes por la Paz, afiliado al Ceprev. Realizamos encuentros mensuales y hablamos de los cambios que hemos logrado, detectamos a los jóvenes que tienen más problemas, para apoyarlos a cambiar. Por ejemplo, he logrado que tres jóvenes de mi barrio dejen la violencia y la piedra, y ahora ellos trabajan aunque sea en labores informales. Esto alegra mi corazón porque mi experiencia está ayudando a otros.

Hemos organizado en el barrio ligas de fútbol relámpago, formé un equipo de fútbol de mujeres y otro de ballet cultural. He tramitado becas de estudio para cinco jóvenes que ya se graduaron. Reúno mensualmente a los muchachos de mi barrio para impartirles charlas de convivencia personal y familiar, autoestima y como superar el machismo. También organicé un comité de diez personas para trabajar por la vida y la seguridad de las mujeres. Con ellas logramos que dos muchachas dejaran de recibir violencia de su marido, invitando a las parejas a las charlas y a recibir consulta con las sicólogas del Ceprev.

Puedo decir sinceramente que siento una paz en mi alma, al ver lo que era antes y lo que soy ahora. Con mi pareja antes peleábamos y ahora buscamos el diálogo para resolver nuestros problemas. A mi hija la guío con buenos consejos y con el ejemplo, no la golpeo ni le grito como hicieron conmigo; no soy perfecto, pero soy un padre y un compañero amoroso.

Quiero aprovechar esta oportunidad para instar a los jóvenes y también a los adultos a que busquen el cambio, primero a nivel personal porque esa es la llave, reconocer que uno mismo está mal, para luego dejar lo negativo, sacar todo lo positivo que uno lleva dentro y compartirlo con las demás personas.
 
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 8 de junio de 2014.

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