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“Quise ahorcarme de tanta violencia que había en mi hogar”

26/4/2015

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“Me llamo Luis y tengo 32 años. Me crie con mi papá y mi mamá, algo que otros jóvenes no tienen, pero desde los 14 años mi padre también me pegaba duro con una faja para que me levantara a las cinco de la mañana y me fuera a trabajar con él en labores de jardinería.

También él era violento con mi madre y a los 14 años quise ahorcarme de tanta violencia que había en mi hogar y porque me sentía impotente para ayudar a mi madre. Esa vez mi mamá me descubrió colgando del mecate y me salvó. Ella lloraba mucho y le agradezco hasta la fecha porque me devolvió la vida y me hizo recapacitar.

A los 15 años ya empecé a andar en pandillas. Nunca consumí drogas, pero sí nos enfrentábamos con los grupos enemigos con morteros y pistolas. En mi pandilla hubo en esos años 16 muertos, uno de ellos fue mi primo que se ahorcó por la violencia que había en su casa y porque lo habían echado a la calle. Para mí fue muy duro, no creía en su muerte porque platicábamos todos los días y me hacía mucha falta.

A pesar de eso, seguí en las pandillas robando o peleando con los otros 14 grupos enemigos que había en los barrios vecinos. Un vez me agarraron en una fiesta en el malecón de Managua y me iban a matar, pero una amiga que andaba conmigo les rogó que me soltaran y aunque me golpearon duro, me dejaron vivo. La mayoría de mis amigos no tuvieron la misma suerte porque no llegaron ni a los 20 años.

Cuando cumplí los 16 mi papá se fue con otra mujer y nos dejó a los ocho hermanos con mi madre. Ella tuvo que pedirles a dos tías que agarraran a dos de mis hermanas para ayudarla a criarnos. Pasamos tiempos duros, porque a veces no teníamos más que tortilla con sal para comer y para beber hacíamos fresco de masa de tortilla con azúcar.

Cuando yo tenía 21 años mi papá regresó a la casa y al poco tiempo empezaron de nuevo los pleitos con mi mamá y la hermana de él.  Mi papá era alcohólico y al final nos corrió de la casa y tuvimos que irnos los seis hermanos que quedábamos con mi madre donde una tía. El seguía buscándonos y lo volvimos a aceptar, pero él nunca se compuso y murió unos años después de un infarto.

En esa época llegaba el CEPREV a mi barrio, pero yo no les hacía caso. Pero luego miré que todos mis amigos de la pandilla iban a los talleres que daban y acepté participar. Yo estaba acostumbrado a que la gente nos rechazara, pero cuando llegué al CEPREV pude experimentar el amor que le dan a uno en esas charlas y cómo nos ayudan a darnos cuenta que uno vale, a encontrar la felicidad y la tranquilidad.

Yo antes era bien machista. Era violento con mi novia y llegué a tener diez mujeres. Pero en el CEPREV me enseñaron que los hombres también necesitamos los sentimientos y aprendí a tener verdadero aprecio y respeto a las mujeres. Ahora prefiero no andar con una y con otra, sino que le pido al Señor conocer a alguien que me quiera y con quien formar un hogar.

También cambié mi estilo de vida. Hace ya siete años que no participo en nada violento, no pertenezco a ninguna pandilla y me dedico a trabajar para ganarme la vida y ayudarle a mi madre.

En el CEPREV me dieron una beca para aprender a conducir y ahora quisiera encontrar un trabajo estable, porque me he defendido hasta ahora vendiendo accesorios en los semáforos.

En mi casa ya no hay violencia porque todos mis hermanos ya salieron de las pandillas, se han casado y han formado sus hogares. Yo compré un terreno junto a la casa de mi madre y  llego a comer a diario donde ella y también le ayudo a cocinar.

Nosotros platicamos y a veces se acuerda de que estuve nueve meses preso en las estaciones policiales y se alegra porque mi vida ha cambiado y ya no tiene que preocuparse y desvelarse por nosotros. La cárcel es una experiencia horrible, y por eso yo les diría a los jóvenes que andan en pandillas que recapaciten y ya no hagan sufrir a sus madres.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 26 de abril de 2015.
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“Me quité el peso de una mochila llena de hierro de encima”

13/4/2015

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Me llamo Humberto y tengo 28 años. Yo crecí con mi madre, mi padre y mis abuelos. En mi casa no había violencia, ni vicios y ellos trabajaban todo el día para darnos comodidades. Cuando tenía 11 años mi papá cayó preso y le dieron tres años en la cárcel por estafa. Eso fue para mí un gran choque emocional. Me dolió su alejamiento y mi conducta cambió, empecé a portarme violento, a no permitir que nadie me ofendiera o  me hablara mal por lo que le había pasado a él.

A los 14 años mi papá salió de la cárcel, abandonó a mi mamá y se juntó con otra mujer. Para entonces yo consumía licor y cigarrillos con otros chavalos de mi barrio, pero eso me hizo sentir más vacío y enojado con él. Entonces me dediqué a consumir piedra, marihuana, a robar en la casa o a participar en asaltos con una pandilla en el vecindario.

Luego empezaron los enfrentamientos con otras pandillas, en los que usábamos machetes y pistolas Makarov o 9 milímetros. En esos enfrentamientos fui herido dos veces, una a los 16 años por un impacto de bala 38, y la otra a los 18 años, macheteado en el cuello y las manos.  La primera vez la bala cortó una de mis arterias y estuve dos meses en el hospital,  mi madre lloraba desesperada porque me daban horas de vida, pero sobreviví. A pesar de eso seguí en lo mismo hasta que me machetearon y estuve otro mes en el hospital. Luego me dediqué tanto a las drogas, que terminé durmiendo en las calles y mi mamá sentía que se le acababan las esperanzas conmigo.

En esa época el Ceprev llegaba a mi barrio, pero yo me hacía el loco y no quería asistir. A los 20 años, un 24 de diciembre, mi madre me permitió entrar a la casa a bañarme y comer. Después de la medianoche probé licor y cuando mi madre y mi abuela oraban en el cuarto yo aproveché para robarme el equipo de sonido y escapar. Al día siguiente estaba en el parque, sintiéndome culpable por lo que había hecho y desesperado porque no podía dejar las drogas, cuando pasó un amigo que caminaba conmigo en las pandillas, bien arreglado y perfumado. Me invitó a participar en las sesiones de los alcohólicos anónimos y me gustó. Comencé a ir a las reuniones y dejé las drogas, pero siempre mantuve mi conducta violenta.

Entonces decidí aceptar la ayuda del Ceprev. Fui a los talleres y allí aprendí que era importante para mí perdonar a mi padre. Lo fui a buscar y él habló conmigo, me pidió perdón  y me contó que había sido adicto al licor y a los juegos de azar, y que por eso había estafado. Yo lo perdoné y sentí que me había quitado el peso de una mochila llena de hierro de encima.

También hablé con mi madre y le pedí perdón por todo lo que la había hecho sufrir. Ella  me dijo que el mejor regalo que le podía dar era no volver a esa vida. Yo le prometí que no volvería a caer en los vicios y que no iba a dejar ni al  Ceprev ni las reuniones de los alcohólicos, y ya han transcurrido siete años y he cumplido, porque ella no me ha visto más en un hospital, en la cárcel o tirado en las calles por la droga.

En este tiempo he aprendido en el Ceprev que debemos abandonar el machismo y que no tenemos que ser los más fuertes ni defendernos a golpes. Un hombre es el que reconoce sus propios errores y trata de cambiar. Yo ahora tengo una hija de 10 años. La madre de ella me dejó porque yo  andaba en el alcohol y las drogas, pero ahora siempre paso los fines de semana con ella y soy su súper héroe. Dice que su papá no tiene vicios, no toma y es inteligente. Yo la quiero mucho y ese amor me da la fuerza e inspiración para seguir adelante.

Con el Ceprev obtuve también una beca para aprender a reparar celulares y ahora me dedico a eso en el mercado Roberto Huembes. Me siento muy diferente porque trabajo para ganarme la vida en vez de andar robando. La gente del barrio que antes me detestaba y me veía como un problema para ellos, ahora me ve como una solución y me busca para que les repare sus celulares. Muchos me han felicitado por mi cambio, me dicen que siga adelante, que sea un ejemplo para los demás jóvenes y que no mire hacia atrás.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 12 de abril de 2015.
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“Nos cuesta dejar ese infierno, porque creemos que eso es amor”

6/4/2015

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“Me llamo Socorro y tengo 42 años de edad. Mi padre me abandonó en el vientre de mi madre y  lo conocí hasta que tenía doce años, cuando lo busqué con la idea de que él cambiaría al ver cuánto lo necesitábamos. Yo era la última de los diez hijos que él dejó cuando se separó de mi madre. Recuerdo que esa primera vez que lo vi, me dio diez córdobas y me sentí muy humillada porque no esperaba eso de él. Desde esa vez nunca más lo volví a buscar.

Mi madre se preocupó más por darnos de comer que por estar con nosotros. Ella trabajaba en el mercado Oriental y fue muy duro crecer sin amor de padre y de madre, dedicada a estudiar por las mañanas y a trabajar en las tardes en las faenas de la casa. Mis hermanos tomaban bastante y casi siempre me mantenía sola, sin que nadie me cuidara.

Por esa situación, a los 15 años, me metí a vivir con un novio y a los 16 tuve a mi primera hija. Mi novio negaba a su hija hasta que ella nació y la vio tan parecida a él. Entonces la aceptó, su familia también y yo me fui a vivir con ellos. Al poco tiempo, él comenzó a tomar bastante y a andar con otras mujeres que llegaron a tenerle cinco hijos. Yo aguantaba pensando: ‘él es mi esposo, el padre de mis hijos y algún día va a cambiar’. Pero qué va a ser, más bien me pasó enfermedades venéreas y luego su padre nos corrió de la casa.

Fue entonces cuando mi madre nos acogió, pero las cosas no cambiaron, porque cuando ella falleció él empezó a golpearme. A veces llegaba tomado y me fajeaba o me golpeaba con los puños delante de mis hijos. Una vez, mi hija de doce años le dijo que lo iba a echar preso si me seguía maltratando y él se asustó, porque nunca esperó eso de ella, que era su adoración, pero los golpes siguieron. En otra ocasión me defendí y logré empujarlo, corrí a esconderme detrás de unos sacos de arena que había en mi casa y él se fue furioso a buscarme en las casas de los vecinos. Yo aproveché entonces para escapar y me escondí donde la vecina de enfrente.

En ese momento, llegó a mi casa una amiga que regresaba de Costa Rica y vio la situación. Entonces ella habló con mi marido y parecía que lo había tranquilizado, pero cuando yo llegué nos agredió a las dos. Para ese entonces, yo me ganaba la vida lavando, planchando o en una fritanga y quería dejarlo pero no me atrevía.

Cuando estaba embarazada de mi tercer hijo, él se fue y nos abandonó, pero luego me seguía buscando para acostarse conmigo y yo iba con la intención de que me diera ayuda para mis hijos. Con el tiempo, llegué a sentir odio y rechazo por él y me di cuenta de que nunca iba a cambiar, que en realidad no le importaban sus hijos.

Hace dos años, comencé a ir a las capacitaciones del Ceprev y aprendí que había vivido siempre con miedo, siempre esperando que me rechazaran adonde llegara. En esas capacitaciones aprendí a romper el miedo, expresarme y darme cuenta que yo valgo. Me di cuenta de que la vida que había vivido, había sido un infierno.

Hace casi dos años que no veo al padre de mis hijos y me siento aliviada. Logré que mis hijas se bachilleraran y ahora viven con sus propias parejas. Yo capacito con los manuales del Ceprev a otras mujeres para que no vivan lo que yo viví. Esas capacitaciones me hacen sentir fortalecida, pero a veces veo que algunas tienen el miedo que yo tuve y entonces les pido ayuda a las sicólogas para que las atiendan.

Ahora tengo como pareja a un hombre amoroso que me trata bien, me estima y me ha ayudado con mis hijos. Al principio éramos amigos y con el tiempo nos enamoramos. Es tan diferente a la relación que tuve antes. Yo por eso les digo a las mujeres que deben darse una oportunidad, porque hay hombres que sí pueden valorarnos.

Yo quisiera que las mujeres rompan el silencio, que se den cuenta de la realidad que viven y que busquen lo bueno para ellas. Pienso que todas podemos dejar esa violencia cuando nos damos cuenta del valor que tenemos, aunque no seamos personas preparadas. Hay que atreverse a buscar la ayuda que una necesita y aceptarla, porque a veces solas corremos riesgos y porque otras veces nos cuesta dejar ese infierno, porque creemos que eso es amor”.

Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV

(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)

Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 15 de marzo de 2015.
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