“Mi nombre es Marta y tengo 24 años. Nunca conocí a mi padre, porque yo nací debido a una violación. En mi infancia tuve tres padrastros, uno de los cuales abusó sexualmente de mí y de mi hermana, pero ambas callamos por miedo a que él matara a mi mamá. Fue hasta ahora que somos adultas que nos atrevimos a romper el silencio, con el apoyo de una sicóloga del Ceprev.
Todas las parejas que tuvo mi madre la golpeaban y a nosotros también. Crecí en una familia donde siempre hubo maltratos físicos y sicológicos, y mi madre estuvo ciega sobre su situación, hasta el día en que le pregunté por qué andaba siempre con morados en los ojos y en el cuerpo, y que si no se valoraba como mujer. Entonces, me dio la razón y decidió quedarse sola un buen tiempo. Después se casó con un hombre cristiano que nos respeta y nos quiere, y así se acabó nuestro martirio.
A mi esposo, lo conocí cuando tenía 14 años y tuvimos dos hijos: una niña, que tiene siete años, y un niño, de dos. Al inicio de nuestra relación él andaba en pandillas y en drogas, era machista, violento y me pegaba cada vez que se drogaba.
En una ocasión, mi esposo estuvo preso ocho meses. Yo vendí todo lo que tenía y lo saqué de la cárcel, pero pronto volvió a los pleitos de pandillas y al robo. Entonces volvió a caer preso y estuvo dos años más en La Modelo, mientras yo trabajaba para ayudar a mis hijos. Salió nuevamente y esa vez me juró que iba a cambiar, y sí cumplió, porque empezó a trabajar como vendedor ambulante y luego en un hotel; sin embargo, se metió con otra mujer y nuestro matrimonio se derrumbó.
El también seguía metido en las pandillas y nos separamos por ocho meses en los cuales no nos vimos y él tampoco vio a nuestros hijos. En ese período, llegaron a buscarlo las sicólogas del Ceprev al barrio, él aceptó recibir un taller y después me buscó para regresar conmigo. Al comienzo no creía en su cambio, pero él insistió y me invitó a cursar otro taller junto a él. Acepté y me di cuenta de que era verdadero, porque se interesaba en ayudar a otros jóvenes a dejar la violencia.
Yo volví con mi esposo cuando vi que había dejado atrás las pandillas y ya no mostraba el carácter machista que tenía conmigo. Yo también era violenta con mis hijos y hacía con ellos lo que mis padrastros habían hecho conmigo, pero en el taller aprendí a respetar y querer a mis hijos, porque los niños también tienen sus derechos y no se puede vivir abusando de ellos.
Ahora nuestra relación ha mejorado mucho, pero también me he dedicado a apoyar con mi esposo a otros jóvenes que andan en pandillas y a capacitar a las mujeres que aguantan violencia, con las charlas que recibimos en el Ceprev. Hemos visto cambios en personas que hemos apoyado y eso nos hace sentir bien, porque es un trabajo que hacemos de corazón. En el barrio, ya no hay pandillas ni andan robando como antes y hay menos violencia en las familias.
Quisiera decirle a las mujeres que han pasado por mi situación que no tienen por qué vivir aguantando golpes, que se valoren y se den a respetar. También quisiera decirle a los hombres que sí pueden cambiar y dejar el machismo atrás, pero tienen que buscar apoyo. Si en sus barrios no trabaja el Ceprev, hay muchos policías que han sido capacitados y brindan charlas sobre el machismo.
Con los cambios que he tenido en mi vida me siento una mujer nueva y libre, me siento una mejor madre, esposa e hija. He sabido recapacitar y seguir adelante. Mi matrimonio ha cambiado porque ahora si yo lavo ropa, él cocina, baña a los niños o deja a la niña en el colegio. Cuando salgo a lavar y planchar, él se queda con los niños, y cuando a él lo buscan para trabajos de albañilería, me quedo con ellos. Nos apoyamos el uno al otro, y nos tenemos más amor y respeto. Sí existen los cambios en la vida, porque querer es poder, y sí podemos llegar a tener una buena familia”.
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 23 de noviembre de 2014.
Todas las parejas que tuvo mi madre la golpeaban y a nosotros también. Crecí en una familia donde siempre hubo maltratos físicos y sicológicos, y mi madre estuvo ciega sobre su situación, hasta el día en que le pregunté por qué andaba siempre con morados en los ojos y en el cuerpo, y que si no se valoraba como mujer. Entonces, me dio la razón y decidió quedarse sola un buen tiempo. Después se casó con un hombre cristiano que nos respeta y nos quiere, y así se acabó nuestro martirio.
A mi esposo, lo conocí cuando tenía 14 años y tuvimos dos hijos: una niña, que tiene siete años, y un niño, de dos. Al inicio de nuestra relación él andaba en pandillas y en drogas, era machista, violento y me pegaba cada vez que se drogaba.
En una ocasión, mi esposo estuvo preso ocho meses. Yo vendí todo lo que tenía y lo saqué de la cárcel, pero pronto volvió a los pleitos de pandillas y al robo. Entonces volvió a caer preso y estuvo dos años más en La Modelo, mientras yo trabajaba para ayudar a mis hijos. Salió nuevamente y esa vez me juró que iba a cambiar, y sí cumplió, porque empezó a trabajar como vendedor ambulante y luego en un hotel; sin embargo, se metió con otra mujer y nuestro matrimonio se derrumbó.
El también seguía metido en las pandillas y nos separamos por ocho meses en los cuales no nos vimos y él tampoco vio a nuestros hijos. En ese período, llegaron a buscarlo las sicólogas del Ceprev al barrio, él aceptó recibir un taller y después me buscó para regresar conmigo. Al comienzo no creía en su cambio, pero él insistió y me invitó a cursar otro taller junto a él. Acepté y me di cuenta de que era verdadero, porque se interesaba en ayudar a otros jóvenes a dejar la violencia.
Yo volví con mi esposo cuando vi que había dejado atrás las pandillas y ya no mostraba el carácter machista que tenía conmigo. Yo también era violenta con mis hijos y hacía con ellos lo que mis padrastros habían hecho conmigo, pero en el taller aprendí a respetar y querer a mis hijos, porque los niños también tienen sus derechos y no se puede vivir abusando de ellos.
Ahora nuestra relación ha mejorado mucho, pero también me he dedicado a apoyar con mi esposo a otros jóvenes que andan en pandillas y a capacitar a las mujeres que aguantan violencia, con las charlas que recibimos en el Ceprev. Hemos visto cambios en personas que hemos apoyado y eso nos hace sentir bien, porque es un trabajo que hacemos de corazón. En el barrio, ya no hay pandillas ni andan robando como antes y hay menos violencia en las familias.
Quisiera decirle a las mujeres que han pasado por mi situación que no tienen por qué vivir aguantando golpes, que se valoren y se den a respetar. También quisiera decirle a los hombres que sí pueden cambiar y dejar el machismo atrás, pero tienen que buscar apoyo. Si en sus barrios no trabaja el Ceprev, hay muchos policías que han sido capacitados y brindan charlas sobre el machismo.
Con los cambios que he tenido en mi vida me siento una mujer nueva y libre, me siento una mejor madre, esposa e hija. He sabido recapacitar y seguir adelante. Mi matrimonio ha cambiado porque ahora si yo lavo ropa, él cocina, baña a los niños o deja a la niña en el colegio. Cuando salgo a lavar y planchar, él se queda con los niños, y cuando a él lo buscan para trabajos de albañilería, me quedo con ellos. Nos apoyamos el uno al otro, y nos tenemos más amor y respeto. Sí existen los cambios en la vida, porque querer es poder, y sí podemos llegar a tener una buena familia”.
Mónica Zalaquett
Directora Ejecutiva del CEPREV
(La autora recoge testimonios de personas atendidas por el Ceprev que desean compartir sus experiencias de cambio.)
Publicado en la sección de Opinión del Nuevo Diario, Nicaragua el domingo 23 de noviembre de 2014.